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venerdì 10 novembre 2023

Presentazione del racconto Celinne

Si racconta la storia di un profugo latinoamericano che cerca di guarire dalle ferite emotive subite e essere stato stuprato in prigione.  Lo stupro ai uomini, un argomento tabù del quale sappiamo che è ancora meno riportato di quello sulle donne, è al centro della narrazione. Il racconto di Fabrizio si focalizza su un uomo che lotta per guarire di questa esperienza traumatica. Racconta il rapporto con donne che non riescono a comprendere il suo dolore, perché anche loro sono vittime della masculinità egemonica e tossica della nostra società.  Una di loro addirittura  attraverso il filtro del suo dolore che solo gli permette vedere agli  uomini stereotipicamente come aggressori. L'incomprensione e il distacco incontrati è un invito a riflettere sui lati sorprendenti della masculinita egemonica che valuta la durezza, la dominanza e il distacco emotivo. Per gli uomini, ciò può creare pressione nel conformarsi a questi ideali, spesso a scapito della loro salute mentale o benessere, in particolare se hanno subito traumi o violenze sessuali, in quanto ciò può entrare in conflitto con le nozioni di essere forti o invulnerabili. Per le donne, la mascolinità egemonica può perpetuare la disuguaglianza di genere e giustificare la subordinazione delle donne e degli uomini non egemonici. Spesso perpetua dinamiche di potere nocive e scoraggia l'espressione della vulnerabilità, che può inibire sia gli uomini che le donne dal cercare aiuto o dall'esprimere emozioni. Su questo sfondo il protagonista di questo racconto cerca di costruire resilienza nonostante tutto.

La storia colpisce emotivamente i lettori, toccando temi come la vulnerabilità, la lotta con i demoni del passato e la ricerca di comprensione e accettazione. Il viaggio introspettivo del protagonista e le complessità delle relazioni umane emergono, insieme alle sfide nel rivelare i propri dolori più celati.

I lettori che hanno vissuto lotte simili possono trovare solidarietà nella storia del protagonista, mentre altri possono apprezzare la resilienza che deriva dal confrontarsi e accettare il proprio passato. La struttura narrativa, che intreccia il trauma passato con le relazioni presenti e la ricerca di un confidente che possa veramente comprendere, potrebbe risonare emotivamente, spingendo i lettori a riflettere sulle proprie esperienze di guarigione e sul potere del collegamento umano.

Lo sviluppo del personaggio è sfaccettato, mostrando un protagonista profondamente influenzato dal passato ma capace di crescita e introspezione. La sua lotta interna con un evento traumatico viene ritratta con complessità, illustrando gli effetti duraturi di tale esperienza sul senso di sé e sulle interazioni con gli altri.

La trama del racconto si snoda attraverso temi di trauma, recupero e ricerca di comprensione e intimità, coinvolgendo i lettori nell'esplorazione del viaggio emotivo complesso del protagonista, delle sue interazioni con altri e della lotta per trovare qualcuno che lo comprenda veramente. La narrazione, oscillando tra passato e presente, i pensieri interni del personaggio e le sue interazioni, contribuisce a una trama che mantiene l'attenzione del lettore per la sua profondità e risonanza emotiva.

Trovate il racconto qua:

 

sabato 7 marzo 2020

El Monstruo Zamani









Nos enteramos que nuestras ventanas eran antibalas el día que el monstruo decidió romperse la cabeza con una de ellas. Aquella mañana lo conseguimos tirado en el suelo ensangrentado y medio muerto, nos imaginamos que se había peleado con alguien, pero mientras la ambulancia llegaba, revisamos las cámaras de seguridad y vimos que Zamani, el monstruo, llegó con un ladrillo macizo, de esos que solo se consiguen en Yorkshire. Estaba dispuesto a destrozar los vidrios de nuestras ventanas. Lo tiró con toda su fuerza y rebotó como una pelota de tenis, fracturándole el cráneo, dejándolo inconsciente y ensangrentado. 

Nada peor para un espíritu enfurecido que desatar su ira con violencia y terminar convirtiéndose en el hazmerreír de su entorno. Nuestra gerente, que todos la llamaban Debby para marcar el espíritu democrático, no pudo evitar carcajearse cuando supo del infortunado Zamani, y ella era la única, junto a los administradores, que sabía que habían puesto ventanas anti balas, pues cada semana alguien rompía una ventana en la noche, hasta que un día resolvíó que nuestra oficina tendría ese tipo de ventanas. 

Pocas semanas después Zamani apareció en nuestra oficina. Helenka, la recepcionista vino corriendo a decirme que me encargara de él. Yo tenía fama de ser bueno con los usuarios difíciles. 

-Fab, hay un tío bien difícil, podrás encargarte de él? 

-Por supuesto- dije sin dudar. A nadie le gustaba tratar con usuarios violentos, peligrosos o llorones. Pero yo asumí el criterio de que solo esos usuarios eran interesantes. En parte por mi predisposición ética a quere ayudar a los más necesitados. Pero en parte por una razón muy egoísta. Se había vuelto un juego. 

Sí, un juego. Peligroso, pero un juego. Y divertido, además. Esto lo aprendí en Venezuela, de los indómitos llaneros. Recordé un día el orgullo con el que un bravío domador decía que habría montado el caballo más salvaje, una yegua imposible, y la habría dejado mansita. Y fue así que un día me dije, "con los usuarios, haré lo mismo". Así que si uno llegaba furioso, sudando a mares, rojo, con las venas marcadas, los ojos saltones, el grito contenido, y los dientes apretados, pues yo me decía, en silencio: 

-Aquí estás papito...en un rato te dejo mansito. 

Poco a poco me volví el experto en toda clase de furias y alucinaciones. Y mi querida Helenka sabía que yo anhelaba tratar con toda clase de usuarios endemoniados y fue por eso que inmediatamente me llamó para que me encargara de Zamani. 

-Fab, es el que se rompió la cabeza con el ladrillo, está furioso. Todavía tiene la cabeza bendada. No habla. No dice nada. Se le van a salir los ojos. Te va a encantar. - me decía Helenka, riéndose, pues no entendía como yo podría ser tan loco como para querer encargarme de alguien así. Pero ella sabía que la otra opción era llamar a William, Paul o Vicky, y estos terminarían por decirle, muy deacuerdo a las policies, que nosotros no toleramos agresiones ni insultos. Helenka los sabía de sobra, sin Vanessa o sin mi todo acabaría con la policía involucrada. Zamini le daría un puñetazo a la mesa, rompería algo, gritaría,  tiraría alguna silla contra una pared, y el guardia de seguridad vendría, y con sus cintas negras de no-sé-cuántas artes marciales, lo ataría y diez minutos después vendría la policía. Por eso, y no solo por eso, Helenka me adoraba. 

-Por favor, Helenka, intenta indicarle donde está la puerta de la habitación de seguridad. Lo espero allí. 

El entró por la puerta de un lado de la habitación, yo entré por la otra. Ambos al mismo tiempo. El guardia de seguridad venía detrás. 

-Por favor, déjame solo con Mr Zamani- le pedí al guardia de seguridad. 
-Seguro? 
-Sí.

Me senté en mi silla, enfrentado al escritorio donde estaba mi computadora, y él se sentó en frente mío. 

Buenos días Mr Zamani. 

El no respondió. Puso un codo en la mesa, con fuerza, como si quisiera romper la mesa. Luego puso el otro codo. Luego se reclinó un poco hacia adelante para poner las manos a cada lado de la cara, con los codos firmes en la mesa. Yo me quedé tranquilo, bueno, tranquilo en apariencia, digamos que si alguien me miraba diría que estaba tranquilo, pero yo no podía estarlo porque soy muy malo con los ataques físicos, en la escuela era el peor peleando, en fin, solo me defendía con palabras, no te distraigas, Fabrizio, que a nadie le interesa eso y sigue echando el cuento, y venía diciendo que que igual pude ver que los codos en la mesa fueron agresivos, pero quien busca pelea no pone los codos en la mesa. Yo supuse que iba a terminar bien, pero sabía que al mínimo estímulo negativo el hombre me saltaría encima. Esperé un poco y Zamani no me devolvió el saludo. 

-Voy a hacer lo posible por ayudarlo- le dije –espero que me explique. Esperé pacientemente por su respuesta. 

Y esperé. No me precipité en seguir los procedimientos precisamente definidos por la organización donde trabajaba. El primer paso era preguntar el nombre, confirmar la identidad de la persona, pedir su documento de identidad y confirmar fecha de nacimiento, nacionalidad y demás. Si mi jefe me hubiese estado supervisando habría ya marcado varias X en las “cosas para mejorar”. Por supuesto yo me pasaba ese procedimiento por alto, o para decirlo en buen venezolano, que es como hay que decirlo aquí, me lo pasaba por el mismísimo forro de las bolas. Este tipo estaba furioso y había que oírlo, dejarlo descargar. Esperé, y agregué: 

-Yo espero, no se preocupe, estoy aquí para ayudarlo. - Y Zamani solo movía el pecho por la respiración profunda y controlada. Tenía los brazos gruesos, musculosos, y con las venas marcadas. Yo me imaginaba que el aire que expiraba cuando respiraba salía caliente y vaporoso. Parecía que quería evitar una explosión. 

Y para que no explotara seguí esperando unos segundos más. “Quizás necesita que la adrenalina se le baje”, pensaba yo, un poco preocupado por mi seguridad. Tenía visualizado mi plan de escape en caso de que saltara encima para estrangularme pues daba la impresión que no me daría tiempo para activar el botón de emergencia. Y precisamente cuando eché una hojeada a la puerta, vi a través de la ventanilla que la gerente me hacía una seña a través de la puerta, algo así como tenemos-que-hablar. Por supuesto, no le hice el más mínimo caso. Y me concentré en Zamani. Pero no pasó nada después del tiempo prudencial para bajarle la adrenalina en mi juicio, qué juicio voy a tener si no soy psiquiatra, pero así, desarmado, le dije: 

-Estoy aquí para ayudarlo.- repetí y dejé una breve pausa para agregar – y para ayudarlo necesito saber qué le pasa- 

Dejé que pasaran otros segundos, que a mí me parecían horas, y que a él posiblemente también, pero sabía que esta frase tenía que entrar en su estado de consciencia, que era poca. Poca, sí, pero suficiente para haber llegado aquí, el sitio correcto para recibir ayuda. Como buen venezolano sé muy bien cómo reaccionar en momentos de extrema tensión pues todos hemos pasado por el entrenamiento de ser detenidos por la terrible Guardia nacional, los temibles malandros o cualquiera de las nuevas policías que la dictadura ha creado y que yo no tengo el dudoso honor de conocer. En fin, traté de mantener el mayor tiempo de silencio posible para que la incomodidad lo hiciera hablar.
Pero el que se incomodó fui yo cuando volví a ver a la gerente de reojo que me hacía una seña que aparenté desconocer. Y se me ocurrió de pronto que el problema era quizás que ninguno de los dos hablaba el inglés como lengua principal. Así que en una versión un poco tarzanizada del inglés le repetí. 

-Para ayudar, necesito saber. Si yo sé que te pasa, sé cómo ayudar.- 

Nada. Allí seguía mirando hacia la mesa. Los codos firmes. La cabeza sostenida con las manos. Ni un solo movimiento de las extremidades, solo la respiración, siempre pesada, profunda y sonora. Para mí no era del todo fácil imaginarme lo que él sentía. Daba miedo, no lástima, y por eso todavía jugaba al domador.
Por supuesto, todavía no sabía  que la rabia la llevaba acumulada desde niño. Ni mucho menos  que no le tocaba ser un niño traumatizado, sino un niño consentido de la clase media alta iraní, con estudios en el exterior y toda la sofisticación de la cultura persa. Había tenido una infancia tranquila y privilegiada en Teherán. No se había enterado mucho de la revolución islámica, pues vivía en el mundo protegido de su casa, que incluía personal de trabajo doméstico, y visitas frecuentes de familiares y amigos de sus padres. Viajaban con frecuencia a Turquía donde iban a la playa y su madre disfrutaba de los mercados de Instambul, ciudad que prefería a París o Roma. Pero a Zimani no le impresionaban las playas de Anatolia porque prefería jugar en la piscina de su casa, siempre limpia y muchas veces con algún invitado cuidadosamente seleccionado por la familia. Quien diría que aquel niño se habría metamorfoseado en este monstruo al que todos temían. 

-Tómese su tiempo, Señor Zamani. Yo también soy extranjero y me he puesto muy bravo en este país. No todos nos entienden, lo sé. - y decidí esperar otros segundos más. Quizás minutos. Pero horas en mi percepción distorsionada del tiempo. Y trataba de entender qué pensaba pero no me daba ninguna señal kinética. Su cuerpo inmóvil. Sólo logré imaginarme que la noche anterior al incidente del ladrillo vengativo, Zamani cruzó el norte de la ciudad de Leeds, bajó hacia el centro, tomó un ladrillo inmenso que consiguió en una construcción y caminó hacia el sur de la ciudad. Llegó a nuestra oficina para descargar toda la rabia que tenía contra nosotros, el Home Office, las Naciones Unidas, Dios y la vida. Y todo eso con un ladrillo contra la ventana vengativa, y en esta ocasión, como en todas las demás tanto en este país, como en su nativo Irán, el azar siempre estaba en su contra y con todos sus músculos logró que la ventana le devolviera el ladrillazo. Pobre Zamani. 
Y pobre de mí, que el hombre seguía en silencio. Y pobre de mí que el gerente desapareció y el teléfono interno empezó a repicar, y yo sabía el porqué. Obviamente, la gerente, Debby. Lo desenchufé. Otra vez, atención plena para Zamani. 

-Yo no sé qué le ha pasado a Usted, pero a mí también me han pasado cosas en este país, por eso me vine a trabajar aquí, para ayudar a gente como usted, gente como yo. 

Todavía no sabía cuál era su problema, pero era fácil de adivinar que estaba furioso así que su lío era grave, o al menos para él. Por mi parte, tenía que dejarle entender que hay un ellos y hay un nosotros, hay un tú-y-yo que somos nosotros, no es muy justo con mis colegas, pero es el modo de romper una barrera. Pero nada. El seguía allí, clavado. Todavía escuchaba su respiración. Todavía tenía los codos clavados en la mesa. Todavía no lograba ver una sola señal de que me oía, de que había empatía. Y por supuesto, todavía no había aprendido que su familia cayó en desgracia por la membresía política del padre, y que la revolución los fue despojando de todos sus privilegios muy velozmente. El último de los privilegios en perder fue la libertad de la madre de usar el velo semi descubierto, en clara contravención de las reglas impuestas por los Ayatolas y rigurosamente impuestas por las guardias de la moral. Todavía acostumbrado a los privilegios de niño rico en una sociedad desigual, de niño fue forzado a ver a su madre apedreada en un juicio brutal. Y con cada piedra venían los insultos, para agregar humillación al dolor. Cada piedra que recibía la madre lo hería en el pecho, con un dolor ardiente que no se le quitaría jamás. Y así la vio morir. Y no solo se murió con el dolor de las pedradas y de la humillación, pero con el dolor de ver a su hijo viéndola, para añadir más sufrimiento. Que muerte!

Yo seguía interrogándome sobre cómo romper el hielo. No podía dejarlo ir sin solucionar su problema o mataría a alguien, o se mataría, o tiraría otro ladrillo contra una ventana, preferiblemente no la nuestra otra vez. Y el gerente volvió a aparecer por la ventanilla con su mueca de “hablamos-luego” o “te tengo-algo-que-decir. Le hice una seña de luego, una seña de espera, esperando lo mejor...Esperé un rato y dije: 

-Oye,Zamani, aquí nosotros no somos del Home Office. El Home Office se equivoca mucho, a lo mejor te podemos ayudar. 

Esperé más. Nada. Seguí esperando. 

-Zamani, oye, yo necesito ayudarte. Mira, no lo hago por el Refugee Council. Lo hago por mí. Por darle paz a mi vida. Me vine a ayudar, porque quiero ayudar a gente como tú. Pero no puedo ayudarte si no me dices el problema. 

Y por fin levantó la mirada. Me miró e hizo un gesto como diciendo “sí”, sí algo. Yo esperé. Pensé; "mirándome no podría resistir el silencio", pero aguantó. Y yo no tuve más remedio sino procesar cuidadosamente su mirada, de pocos segundos, pero es muy intenso cuando tenemos solo un gesto para entender a alguien. Esa mirada de duda, esa mirada de pregunta y esa mirada de serás-tu-el-que me-va-a-entender? Una mirada de ya no puedo más.

Hasta que por fin sacó un montón de papeles, documentos, y cosas varias que tenía en los bolsillos. Estaban arrugados, doblados, manchados de café. Tomé los papeles y vi notificaciones del Home Office sobre vivienda, sobre su “liability to detention”, es decir, que lo pueden meter preso sin razón, sólo porque ha pedido asilo, pues el asilo es un derecho que tienes, pero al pedir tu derecho te pueden meter preso, así de vulgar, casi como Chávez que amenazaba con meter presa a la gente en los programas de TV.  Pues aquí, son más civilizados, tienen jueces con pelucas blancas, y lo que hacen es mandarte una cartica con tu nombre y dirección presente, y los jueces con pelucas no cuestionan la legalidad de meterte preso sin haber cometido un delito. Civilizados, nada. Bestias insensibes. Esta cartica no es precisamente muy reconfortante cuando te la entregan al infomarte que van a analizar tu petición de asilo y tienen que esperar por meses o años. Años en el limbo, mejor el limbo que en el infierno, pero con la amenaza del infierno y para hacerlo más placentero, años donde puedes ser detenidos así, sin más, por una puntada de culo, como dirían en Venezuela. 

Esa carta, ese papel que decía liability to detention siempre se me aparecía entre los documentos de los refugiados. Era uno más. No era nunca relevante. Y sin embargo estaba allí gritándome de las injusticias del mundo. Soy venezolano, igual que Carlos, igual que Sofía, igual que Arturo, mi pana científico metido a empresario. Pero tengo algo diferente, algo de lo que no tengo mérito. Soy también italiano, mis padres lo son. Así lo dice la constitución italiana, articulo 4. A todos ellos les toca esta carta y a mi no. Yo si voy preso es por matar a alguien, por imbécil que sea. O voy preso por escribir estos cuentos, quien sabe. O porque algún cuento ofende a uno de estos de peluca blanca e inglés decimonónico.  Y ahora, saliéndonos de la Unión Europea los europeos sienten escalofríos porque su estatus es inseguro, y mira a Zamani, su estatus es detenible y deportable al infierno y no a los horrores de París o a las torturas de la dolce vita. 

Seguí mirando papeles. Leí sobre artículos sobre su madre y su padre,  cuando fueron detenidos. Leí una petición de Amnistía internacional por su padre. Leí sobre sus sonoros casos, años atrás. También leí y aprendí sobre su infancia, al leer testimonios de los familiares de sus padres, en Canadá y  Alemania. Y conseguí el que era el que le creaba este estado de enajenación. “Su petición de asilo ha sido denegada”, decía.

Pocas frases después seguía “no hay razones fundamentadas para sus miedos” pues “la experiencia sufrida por su madre, padre y hermano mayor no tienen que ver con sus circunstancias...” lo cual, por cierto, es correcto, si lo analiza una computadora programada por un robot extraterráqueo. Cómo van a decir que su miedo es infundado porque a él no lo mataron y por lo tanto no le quieren hacer nada? Qué clase de razonamiento es ese? Malparidos!

Hay que comer muchos raviolis enlatados para pensar así. O será efecto del vinagre en las papas fritas? Seguí mirando y no era fácil reconstruir el fajo de papeles de su petición de asilo pues estaba doblado, requetedoblado, y desengrapado. Lleno de palabras pequeñitas, manuscritas en el alfabeto persa, subrayados, marcas de puños, y por supuesto, estaba roto y pegado con celotape, de todo, y con todo tipo de marcas que hacían pensar que el documento estuvo en mesas, piso, papelera, basurero. Los papeles fueron pisoteados, escupidos, insultados. Cuando esas hojas de papel salieron de la fábrica, no sabían que iban a pasar por tantos vejámenes. Las hojas casi que preguntaban qué decían esas letras para enloquecer tanto a alguien. 

-Vienes para resolver este problema, me imagino? Le dije mostrándole el documento donde le negaban el asilo. 

Por fin se movió Zamani. Me miró a los ojos y algo en su mirada decía menos mal que entiendes, al fin, alguien que entiende. Pero justo en ese momento mágico apareció la gerente, Debby. Primero se apareció otra vez por la ventanilla, y luego, rompiendo la costumbre y los protocolos, abrió la puerta. 

-Fabrizio, disculpa, pero podemos hablar un minuto? 

Yo miré a Zimani para ver si tenía cara de partirle la cara a la gerente, que hubiera sido conveniente para mí, así aprende de una vez a no interrumpir las sesiones de este tipo. Pero desafortunadamene Zimani era más razonable que Debby, así que la gerente pudo conservar intactos todos los dientes, su dentadura de dentista y los huesos de la mandíbula un poco desencajada. Volvía a mirar a la gerente y le dije: 

-Claro Debby, en un momento voy- le dije, sabiendo que no tenía la menor intención de interrumpir la sesión con Zimani. 

-Si puedes ahora, mejor- me dijo con cara de “otra-vez-Fabrizio-haces-lo-que-te-da-la-gana

Zimani me miró y de alguna manera vió mi cara de “esta-cabrona-no-entiende-nada"

-Ingleses -sentenció Zimani. 

Victoria, pensé. “Este Zimani es más razonable que la jefa”, como es de esperarse. Así que le hice una seña a Zimani y le pedí que esperara un momento. Me dirigí hacia la puerta y caminé hacia afuera de la habitación. De reojo vi a Zimani que decía no con la cabeza y repitió: 

-Ingleses. 

Cuando salimos Debby, con su sonrisa críptica, típico rictus, mostrando su dentadura de dentista, empezó su sermón. 

-Fabrizio, hay procedimientos. Y hoy hay circunstancias especiales. Tenemos muchos usuarios así que tienes que ser veloz con esté señor. 

-No te preocupes, Debby, seré lo más veloz posible- dije sabiendo que no lo iba a hacer y que me metería en problemas. 

-Cual es su problema? Me preguntó. 

-Le negaron el asilo. 

-Ah, algo sencillo. -dijo con cara de quien ya sabe todo- Lo refieres a la oficina de migraciones para el regreso a su país y así puede hacer su sección 4- La sección 4 era una jerga burocrática que indicaba una solicitud de apoyo económico con vales para el supermercado y de vivienda temporal mientras se organiza su retorno. 

-Ah, la sección 4, que buena idea. - le dije sabiendo que la idea era mala, y mucho menos la prioridad  de Zamani, aunque a nadie le importe eso. Por no decir nada de que si lo primero que le hubiese dicho a Zimani es que la solución era empaquetar, nada menos que empaquetar sus cosas, e irse a Irán, buscarse algunos amiguitos entre los Ayatolas, en fin, que si le recomendaba eso, lo que habría que empaquetar serían los trozos de mi cabeza, cráneo por un lado y sesos por otro, para meterlos junto a mi ataúd que mandarían de vuelta a Venezuela. 

-Recuerda de no tardarte mucho – me dijo Debby, tal lejos de lo que yo pensaba y de lo que quería decirle: "claro, cabrona". 

Y ya iba a abrir la puerta para volver a la habitación con Zamani cuando Debby me recalcó: 

-Y recuerda que tienes que seguir los procedimientos, Fabrizio. Necesitas el guardia de seguridad, es una persona peligrosa y tenemos información confidencial que es intransigente.- y me dio una palmadita y me guiñó el ojo como diciéndome “eres-un-niño-tremendo-y-te-tenemos-que-cuidar"

-Ya se calmó, no te preocupes -respondí- y no creo que sea demasiado intransigente – le dije, sin agregar, porque aún no lo sabía,  que más intransigente fue ella al interrumpir la sesión para decirme que me dé prisa mientras que él, que teme por su vida y vió morir a su madre asesinada, aceptó que interrumpiéramos la sesión. Y de pronto me quedé ensimismado con la facilidad con la que lo calificaba de intransigente. Y es que me pasa que a veces me quedo enfrascado en las cosas que dice la gente, sobre todo cuando son muy tontas y no puedo responder. Y me decía, “y tu, cabrona, de verdad eres tan tolerante y abierta a la negociación, lo llamas intransigente y tú me interrumpiste un montón de veces, qué harías tu si se te pincha la bicicleta de mierda, y a este lo criticas por intransigente, ve a freír mono como decimos en Venezuela".

-Estás seguro? -Me dijo ella. 

-Seguro de qué -mis pensamientos me hicieron perder el hilo. 

-De que va a ser, Fabrizio, de que se calmó. 

-Ah, claro, sí. Estoy completamente seguro–dije, sin estar seguro para nada, pero a toda costa tenía que evitar tener un guardia de seguridad metido allí: hubiera destruido la atmósfera que había apenas logrado construir. 

Por fin volví a la habitación donde estaba Zamani. Qué alivio. Me senté. Tomé aire. De verdad que estaba echando de menos las venas salidas, y los codos clavados en la mesa de Zamani. Mejor que aquella loca con su institucionalidad inservible que me obligaba a ser hipócrita. 

-Qué quería tu jefa? Dijo Zamani. 

-Nada. No tiene que ver contigo, no te preocupes. Es que tenemos un problema con las alarmas, no te preocupes. -le mentí. Por supuesto que no le iba a decir que a ella no le gusta que resolvamos los problemas de acceso a la justicia. 

Tomé en mis manos el manojo de papeles que en algún momento fueron la respuesta a su petición de asilo. Yo ya me imaginaba, porque era frecuente que fuera así, que su problema era que el abogado no lo quería seguir representando y él quería que lo hiciera. La lógica en este país era muy sencilla. Los abogados son pagados por el mismísimo Home Office, y la condición para ser pagados es que ganen el 50% de los casos o más ante una corte de apelación. Esto para decirlo en anglosajón, porque en venezolano somos más prolíficos explicando esto que, en fin, es como una especie de apuesta entre el Home Office y el abogado, y en esta apuesta el Home Office dice algo así como: 

-Oye abogado, ven acá, que aquí hay pa los dos. Si me ganas la mitad de las veces, te pago por todas; si pierdes, te quedas sin contrato, te buscas otro trabajo y escribes cuenticos con Fabrizio, que nadie lee, o se ponen juntos a cantar rancheras en el metro de Londres. Estamos claros, no? 

-OK, dice el abogado que tiene una hipoteca que pagar, además de las dentaduras de dentista para sus hijos. 

Bueno, la idea de la apuesta no es mala. Ha permitido al capitalismo anglosajón sobrevivir a todos sus errores, pero estamos en Inglaterra, y esto no hay que olvidarlo jamás: siempre hay una letra pequeña y la letra pequeña es lo único que cuenta. Así que el Home Office para pagar su apuesta dice, otra vez en buen criollo venezolano: 

“Bueno, guevón, no te voy a pagar por todo tu trabajo, sino solo por una cantidad de horas pequeñitas, no mucho, no te la voy a poner manguangua (demasiado fácil), y si te pones a investigar y a ponerte con intérpretes y demás no te pago nada de esos lujos, ni siquiera el lujo de entender de qué tiene que decir tu víctima a través de alguien que hable su lengua, ni que fuera pendejo, ni para que decirte que si te pones a averiguar exactamente por qué todo lo que nos inventamos es mentira, pues lo pones de tu bolsillo y tu sales perdiendo. Bueno así. Mitad pa ti, mitad pa mi, que de este cochino vivimos los dos". 

Le pagan una cantidad de horas. Y si el caso se puede apelar con un "copiar y pegar" de otros casos, tiene chance. Si no, no. Así que los abogados, que creen la justicia y son demócratas y defienden a los derechos humanos, terminan más comprometidos en flotar con dinero fácil que estar salvando vidas a su coste.  Así que constatando la realidad, le pregunté a Zamani:

-Así que quieres que te busquemos un abogado o quieres que hablemos con el tuyo? 

-Por favor- me dijo. Como si fuera una respuesta clara. 

-No te preocupes. Lo primero será llamar a tu abogado.- lo cual vale para cualquier cosa que él hubiese pensado que era obvio. 

Llamé a su abogado. Atendió la recepcionista de la firma legal. Después de las formalidades de la presentaciones me dice. 

-Oiga, disculpe, pero qué nacionalidad es nuestro cliente. 

-Iraní.
-A no, no se puede.
-Como que no, por que.
-Tengo instrucciones. No iraníes.

-Bueno, entiendo eso. - por spuesto que hay mucho que entender. Es una discriminación descarada y confirma que si en este país no prohiben joder de alguna manera, entonces de esa manera es que te van a joder. No se analizan las peticiones de asilo por mérito, sino que se discrimina por nacionalidad, vaya. 

-Puedo ayudarlo con algo más.- me dijo con el típico tonito de no-moleste-más-con-este-asunto y prepárese que le tranco el teléfono sin que ud pueda decir que no le dí la cortéz oportunidad de hablar de otra cosa. Típico. 

Sí, entiendo, no iraníes. Pero esta persona era su cliente. Esperó por años y contaba con sus servicios de abogados y de pronto lo abandonan sin más. No tiene detalles. 

-Bueno un abogado revisó su caso y recibió su carta. Su petición de asilo carece de evidencias, es débil. 

-Y cómo lo sabes si eres una secretaria sin entrenamiento legal? Provocaba preguntarle. Pero no valía la pena. Ya hacía tiempo que conocía la explicación. Es muy simple. Si su cliente es iraquí, su petición de asilo será aceptada, si era iraní no. En Alemania los jueces pensaban lo contrario que los jueces ingleses. Pero había que seguir. 

-Y cómo sabe que recibió todo si no sabe de quien le hablo, disculpe. - Le pregunté. 
-Por favor, nombre del cliente? 
-Nosequé Zamani.
-Fecha de nacimiento 

Y seguimos el típico protocolo de seguridad. 

-Bueno, ya le dije, aquí dice que recibió su información. Su caso no es fuerte. Para nosotros el caso está cerrado, lo siento. 

-I am sorry.- repetía Zamani, en su silla. Por el tono que usaba me hacía pensar que él también se mofa de lo tanto que dicen lo siento cuando no sienten nada, sobre todo cuando el tono de voz solo indican que sienten un gran desprecio y desinterés. Yo por mi parte tenía ganas de gritarle que son unos peseteros, que no tienen ningún compromiso con la justicia, pero mi rabia solo me podría conducir a que levantaran una queja contra mí, pero arriesgar la queja a lo mejor valía la pena, pude haber pensado, porque así al menos Zamani sabría que estaba de su parte. 

-Los ingleses son así, ya sé, me imagino lo que dice. - dijo Zamani, adivinando acertadamete las respuestas de la recepcionista. 

Y empecé a darme cuenta que Zamani conocía más de lo que parecía el país en el que vivimos. Por una parte quería decirle que hay ingleses que no son así, como Sue. Pero mayor era la tentación de gritarle a esa secretaria para que él entendiera que estaba de su parte. Pero a este punto podría pensar  que el podía entender que no me queda más remedio que mantener las formas profesionales, como que si ser profesional tuviera algo que ver con ser indiferente. Y apenas tranqué el teléfono me comentó Zamani: 

-Bueno, ahora llegó la hora de buscar otro abogado, uno que crea en la justicia. 

Yo de pronto confirmé que estaba frente a alguien de gran inteligencia y no una simple bestia salvaje, por más enloquecido que fuera apedrear nuestras ventanas antibalas. Con razón cuando le pregunté si llamo a su abogado o busco otro me dijo, simplemente, “por favor”. Ya él sabía de antemano cuál era el libreto. Qué alivio, por fin. Ahora iba a buscar el teléfono en mi libreta de un abogado iraní, de cultura italiana, que había estudiado en la misma universidad de mi papá, la Sapienza. Le quería comentar a Zamani acerca de este abogado, con quien por cierto disfrutaba hablar, y que me premiaba por permitirle habar italiano tomando más casos de iraníes de lo que era razonable. Pero la suerte suele ser escasa y en ese momento, justo allí, apareció Deby otra vez por la ventanilla. Otra vez con sus muecas de “te-tengo-que-decir-algo" y movimientos circulares de la mano, a modo de robot. 

-Allí está tu jefa otra vez. - dijo Zamani, y dio un puño en la mesa. 
-Voy a llamar un abogado que creo que te podría ayudar.- 
-Prefiero que llames a este otro, - y sacó una tarjeta. 

Qué gran casualidad. Era el mismo abogado. Gran casualidad, nada; ni que hubiera muchos abogados iraníes comprometidos y en esta región, además. Empecé a discar el número de teléfono, pero la Debby, la jefa, entró con el guardia de seguridad. 

-Estás bien, todo bien? 
-Sí todo bien. 
-Por favor puedes venir un momento. 
-Si claro, apenas termino, que estoy en el teléfono con alguien 
-Puedes llamarlo luego. 

-No, no puedo, estoy esperando porque está buscando unos documentos para mi, está en línea y me pidió que esperara- le menti, mientras sostenía el teléfono bien pegado del oído para que no se oyera el pitido de ocupado. 

-Ok, te espero, dijo la jefa. Y se fue. 
- Qué crees que quiere,- me pregunto Zamani apenas se cerró la puerta. 
-Nada. Quiere que me apure y tuvo miedo del puñetazo. Pensó que me ibas a matar, dije bromeando. 
-Qué puedo hacer para que te dé más tiempo. 
-Rellenar una planilla del sección 4. - Y se la dí. 

Como el abogado no contestó porque el teléfono seguía ocupado, salí a hablar con la jefa. Le expliqué que después de muchas preguntas de su parte, Zamani había decidido aplicar a la seccion 4. La jefa me felicitó. Volví con Zamani. 

-Tenemos unos minutos más, Zamani. - Le dije.

Volví a discar el teléfono y me dí cuenta que había algo absurdo en la situación. Cómo es posible que Zamani tuviera este contacto y me diera el número de teléfono y él no hubiera llamado o se hubiese aparecido en la oficina. Pensé que este era un tipo inteligente, no parecía tímido para nada, de hecho llegaba vuelto Hulk en cada sitio a donde iba, y a mí no me cuadraba. 

-Quieres hablar tu una vez que respondan? Le pregunté. 

-No!!! Por favor! Si ese es el problema, la secretaria no me deja hablar con el abogado. 

Repentinamente recordé que mi papá decía algo así como que tener un amigo ministro era tener un buen contacto, pero de poco servía si no te hacías amigo de su secretaria. Y aquí estaba Zamani dándome evidencias que la intuición sociológica de mi padre era correcta. Esperé al teléfono, me atendió la famosa secretaria, que detentaba las llaves del poder, hasta que por fin hablé con Izadi, el abogado iraní. Tuvimos una relativamente larga conversación como saludo, sin referirnos a la persona que le quería referir. Simplemente a Izadi le gustaba conversar en italiano, de lo que fuera. Pero cuando le comenté de Zamaní, me cayó un baño de agua helada encima, que por suerte fue en un idioma que Zamani no entendía. 

-“Me ne vado” Me voy. Me mudo de país. Me voy a Canadá donde tengo familia y donde no tengo que pasar por estas cosas que pasan aquí. 

-Me alegro por ti, Izadi. He oido cosas muy buenas de Canadá. Muchos amigos viven allí y adoran ese país. Suerte. "In bocca al lupo". 

-Oye por qué me llamabas? 

-Quería referirte a un cliente iraní. Típico caso donde los abogados aparentan representar a sus clientes, pero cuando llega la hora de ir a tribunal, le dicen que su causa es débil. 

-No te voy a poder tomar el cliente, lo siento. Mi ida es inminente. 

-Me lo imaginé Iza, pero no podrás dejarle el caso a uno de tus colegas. 

-Imposible, ya les dejé un montón de casos que ellos creen perdidos. Mis clientes quedarán desamparados. 

-Bueno, Iza lo siento por mi usuario, le diré. Otra vez, in bocca al lupo, suerte 

Ahora llegaba la hora de hablar con Zamani. Traté de tomar fuerza. Cómo le digo que el abogado amigable con los iraníes y que además habla persa se va del país. Ya me disponía a hablar con Zamani pero Debby, la gerente se apareció otra vez. 

-Fabrizio, podemos hablar un minuto? 
-Bien, déjame un segundo con Zamani y voy afuera y hablamos. 

Salió y Zamani vino en mi rescate, del modo más insospechado. Por un segundo pensé que había entendido la conversación, pero vi que no, que simplemnte me estaba ayudando a controlar a mi jefa. 

-Oye Fabrizio, -dijo Zamani- dile que me voy a suicidar. 

-Cómo así? Te vas a suicidar? 

-No seas tonto. Entiéndeme. Si le dices que te dije que me voy a suicidar tenemos más tiempo para hablar. Vas a tener que seguir otro protocolo. Tu arreglas todo en las notas y ya. Y mientras estoy aquí seguimos con lo del abogado. 

-Ok, me parece una buena idea- le dije, con admiración a su inteligencia. 

Pero aunque la idea fuera buena, lamentablemente podría ocurrir que de verdad que a Zamani se le podría ocurrir suicidarse si se enterara que el abogado que representa su esperanza se va del país. Era irónico que el “monstruo Zamani” me ayudaba a controlar la personificación de la burocracia aparentando decir algo que probablemente pensaría cuando le dijera lo que tenía que decir. Salí a hablar con la jefa enredado con mil ideas en la cabeza.

-Hola Debby, tengo una situación delicada. -Dije

-Fabrizio, tienes que terminar. Tienes que ser profesional. no puede ser que te tardes tanto llenando una planilla del section 4. Yo sé que eres una buena personal pero hay que tomar distancias. Otra vez me miraba con carita de Fabrizio eres un niño tremendo pero te tenemos que controlar.

-Debby, me acaba de decir que se va a suicidar. 

-Bueno ya sabes lo que le tienes que decir, ve y asegúrate de referirlo adecuadamente para que atiendan su salud mental. Y no te olvides de escribir tus notas con mucha atención. 

Seguro- y fui a hablar con Zamani. Entré a hablar con él e inmediatamente me preguntó:

-Ya te quitaste de encima a esa monstruo? 

-Por un rato. Se supone que te tengo que referir a los servicios medicos especializados y alertar a las otras organizaciones sobre tus intenciones. 

-Y se te olvidó que tienes que decirme que tienes que romper mi expectativa de confidencialidad porque tienes que proteger una vida. 

-Exacto. 

Le expliqué todo a Zamani sobre el abogado. Pobre. Seguimos el protocolo, lo referí por supuesto. Quedamos en que volvería para tratar de referirlo a unos abogados de Londres. El me dijo que conocía abogados en Londres. Y Zamani se fue tranquilo. Muy tranquilo. Yo estaba contento porque me ayudó a controlar a Debby, que resultó ser mucho más complicada. 

Y pocas semanas después la jefa me llamó a su oficina. Tenía una cara indescifrable. Y me dijo. 

-Tengo dos noticias, una buena y una mala. Empezamos con la mala. 
-OK 
-Zamani se suicidó 
-Y la buena? 

-Te estuvieron investigando. Hiciste todo lo correcto. Lo referiste, alertaste a las autoridades competentes, tomaste nota de la ley de protección de la información y tus notas son perfectas. Todo muy profesional. 

-Gracias.

mercoledì 26 febbraio 2020

Dos preguntas para Mamostá (de la serie el Maldito migrante)



Zaid era un usuario del British Refugee Council, donde yo trabajaba, y la primera vez que lo vi me tocó tomar su nombre, apellido, nacionalidad, para registrarlo en nuestro sistema. Apenas le pregunté si era musulmán, siguiendo el formato de la planilla que yo estaba obligado a llenar, él me respondió que yo era un racista.

Inmediatamente pensé que estaba frente a un usuario de esos bien testarudos, pero también hubo algo en su agresividad que me gustó, aunque iba dirigida contra mí. Contra mí, sí, pero por accidente. Y entonces le mostré la planilla que yo estaba llenando, donde había unas casillas donde estaban indicadas las religiones más frecuentes de los usuarios del servicio para refugiados.

-Mira, le dije, no es que a mí me interesen las religiones, es que aquí lo tengo que responder, y la primera cajita es para poner un X si eres musulmán. -

Y le mostré bien la planilla para que viera que no eran cosas mías, que era un procedimiento. Y tengo que aclarar que yo no entendía qué tipo de razonamientos él hacía, pues él era iraquí, o sea de otra cultura, se llamaba Zaid, o sea, viene de un mundo islámico aunque fuera más ateo que Voltaire; y, por cierto, todos los iraquíes que yo conozco, que eran muchos, son musulmanes. En otras palabras, no tenía ni la más remota idea sobre lo qué tenía en la cabeza para pensar así, pero yo estaba seguro que seguramente era interesante, muy interesante, pero rotundamente equivocado. Y por grande que fuera la falacia sobre las cuales razonaba, este instante, justo éste, no era el momento de discutir sus razonamientos. Así que me limité a mostrarle la evidencia de que yo no cuadraba en los prejuicios que él traía. Y me incliné bien para que viera la hoja. Él se inclinó, miró cuidadosamente y asintió con la cabeza como quien dice, yo sabía que estaba en lo cierto, y me dijo:

-Hay varias opciones, una es que yo sea musulmán. Otra es que yo sea ateo o agnóstico. ¿Por qué asumiste que podría ser musulmán? -

Este se las quiere dar de listo, pensé. Y además, seguí pensando, seguro que asume que pienso que todos son necesariamente musulmanes en Iraq, y por supuesto que no pensaba eso. Podría que mis colegas no lo supieran, al menos no los ingleses pues no leían nada de nada, ni siquiera los pocos universitarios, y los fines de semana se dedicaban a la familia, o a emborracharse si eran solteros. Pero yo algo había aprendido del pueblo kurdo en Venezuela, y algo sabía de Iraq. Y lo sabía sin conocer un solo kurdo, ni un solo iraquí. Un poco por un folleto publicado el Centro Gumilla, a quien estaré endeudado por mi formación más que a mi alma mater, y otro poco por informes que tiempo atrás había hecho alguien de la dirección del MIR. Así que sabía que había judíos, aunque Sadam Hussein trató de eliminarlos, y por supuesto, podía adivinar que había muchos ateos ya que el mismo movimiento baatista era secular y con apoyo entre los no religiosos. Y este listillo de Zaid piensa que soy tan ignorante como los demás, pero igual yo no iba a caer en eso de decirle “ya sabía que no todos son musulmanes". Y una idea aún más interesante se me cruzó por la cabeza. “Este puede que sea un disidente religioso, alguien que no concuerda con la cultura general de su país y está afirmando su identidad y yo, por tonto, por seguir estos protocolos de esta burocracia británica, no tuve la delicadeza de preguntarle bien las cosas”. Quien me manda a no seguir mis propios instintos e intuiciones, que son mejores...” Pero yo sabía que yo no estaba allí para mostrar mi solidaridad con su situación política, así que me defendí utilizando el puro argumento estadístico. Le dije:

-Oye, la mayoría de los iraquíes son musulmanes. Todos los que han venido aquí son musulmanes. Y lo más importante es que yo no tengo nada contra los musulmanes. -

Y el asentía con la cabeza con una expresión de “me estás dando la razón” y yo seguía un tanto incómodo.

- Así que no tiene nada de prejuicioso que lo haya pensado, pues es lo estadísticamente probable y no tiene nada negativo para mí, solo estoy llenando la planilla.

-Y tú eres musulmán? - Me preguntó.

-Pues yo no, y eso ¿qué tiene que ver?

-Tiene que ver. ¿Eres creyente? - y me fastidié con su pregunta porque tenía una cantidad reducida de tiempo para entrevistar a la gente y si tenía que resolver algún problema, me iba a encontrar con mis jefes que solo juzgaban mi trabajo por la duración de las sesiones de trabajo. Y le dije

-Pues no soy creyente. -e inmediatamente agregó:

-Y si eres no-creyente entonces asumes que las religiones son todas unas entelequias, son supersticiones elaboradas. ¿Es así?

Y tuve que responder con cuidado, porque ya veía que estaba frente a alguien difícil, astuto, capaz de razonar, pero testarudo, errado y con ganas de perder el tiempo. La verdad es que no quería discutir.

-Tengo mis creencias sobre la religión, por supuesto. Pero no juzgo a las personas por su religión y he conocido gente muy inteligente que son creyentes, y tontos que son ateos. Pero por favor, pasemos a otro tema, que si necesitas ayuda voy a contar con poco tiempo...-pero me interrumpió:

-Me parece que piensas que hay personas creyentes que son inteligentes a pesar de ser creyentes y tontos que a pesar de ser tontos son ateos.

A este punto ya yo estaba bien fastidiado, y me recliné para oír su discursito, que no es que estuviera mal, sino que no era el momento, el no ganaba nada con eso, y, además, de ninguna manera tenía razón.

-En fin, -siguió Zaid- los inteligentes están influidos por la ciencia y le dan menos importancia a la religión. Y tú asumiste que yo soy del medio oriente y por lo tanto tonto y creyente.

-Oye, te prometo que no asumí que eras tonto. Solo que eras musulmán y fue un error. Fue un error y ya tomé nota de ello, así que sigamos. Que tendría que hacer, ¿cómo debí preguntarte?

-Debiste preguntar. ¿Tienes una religión?

Ok, me disculpo –que ladilla con esté listillo, pensé. Y me preparé para responder el resto del cuestionario lo más pronto posible. El tiempo arrecia y los gerentes se quejaban que yo era más lento. Por supuesto, los ingleses le hubiesen respondido a la primera "es su religión, no la mía, así que responda". Y yo aquí con todas estas disquisiciones. Y este listo me vió cara de pendejo. Así que le dije:

-Bueno, déjame empezar por el principio. ¿Tienes una religión?

Y sin esperar su respuesta marqué con una X que no era creyente. Estaba feliz de haber terminado con este incidente. Y entonces él me respondió:

-Sí, soy musulmán.

Así era Zaid. Le gustaba argumentar y era sólido, y ninguna presunción era correcta. Me había derrotado intelectualmente dos veces, pero en un duelo injusto porque yo no hice esas planillas. Le pedí que considerara aprovechar su tiempo, que no era ilimitado y yo tenía la intención de ayudarlo, cualquiera que fuera el problema que lo aquejaba. Y el me miraba con cara de “a ver con qué me sales ahora.

La siguiente pregunta era los idiomas que hablaba. Aquí no había posibilidad de equivocarse. No había nada en juego. Él era iraquí, argumentaba de manera sólida, aunque fuera inoportuno y le pregunté sobre el idioma así:

-Idiomas que hablas, árabe e inglés?

-Yo no hablo árabe.

No me jodas, pensé. Este es iraquí y me va a decir que no habla árabe. En Iraq hablan árabe y éste hasta habla inglés. ¿Cómo es posible? Me sentí entrampado, pues puede que en algunas aldeas del norte de Irak, en el Kurdistán, no hablen árabe. Pero este habla como alguien escolarizado y su inglés no está mal para nada. Así que estaba intrigado, pero seguí su lección anterior, casi que a modo de juego.

- ¿Qué idiomas hablas? Disculpa. - Le pregunté

Kurdo e inglés.

-Ok, disculpa, pero había pensado que hablabas árabe.

Quería disculparme para no caer en otro incidente diplomático con Zaid, que ya está visto lo difícil que era este personaje. Por otra parte, pensaba que estas cosas me pasan a mí por ser como soy. A otro no le salen con esto, porque desde el principio le hubiesen salido con un corte a sus prejuicios, y el Zaid se hubiese rendido frente al poder institucional. En fin, el colega inglés le hubiese dicho que a la derecha estaba la planilla de quejas y ya. O hubiese renunciado a atenderlo y ya. Y yo aquí tratando de dialogar con sus prejuicios. No es casualidad que mis sesiones fueran más largas. Pero seguí con mi estilo tan perjudicial para mí. Y seguí:

- Disculpa de verdad. Yo pensé que las escuelas in Iraq eran en árabe.-

-Sí, en las escuelas iraquíes se habla árabe.

-Ah, ¿y no estudiaste en Iraq?, pregunté, pensando que se aclaraba el misterio.

-Sí, estudié en Iraq. Escuela y universidad. -

Su respuesta me intrigó pues me dijo más de lo que le pregunté y hasta ahora siempre se había mostrado muy parco a la hora de hablar. Obviamente quería hablar, aunque yo no quisiera discutir. Pero no pude resistir preguntarle:

-Y la escolaridad no es en árabe?

-Sí, las escuelas y la Universidad son en árabe. - me dijo sin agregar más, como si todo tuviera lógica.

-Y las tuyas no fueron en árabe? -No me quedó más remedio que preguntar.

-Si, fueron en árabe. Estudié en árabe.

-Y por qué dices que no hablas árabe?

-Porque no hablo árabe porque no quiero.


giovedì 20 febbraio 2020

Mensaje de Carlos

Después de suicidarme la primera persona que me encontré fue Carlos. Sí, Carlos y no mi abuela, que era lo que yo me hubiese esperado si hubiese sabido que uno se encuentra gente después de morirse. Pero así es la vida, uno siempre se equivoca, y yo empezaba mal la nueva vida, equivocándome. Y en lugar de mi abuela, o de Manola, el que se apareció fue Carlos.

Tampoco se apareció Dios. Algunos pensarán que Dios estaba ocupado recibiendo a otros, o que está disfrutando de sus ratos libres, haciendo quien-sabe-qué, qué se yo, pero lo que sí sé es no le habla a los suicidas, no a mi, al menos, aunque eso podría ser porque la tiene cogida conmigo.

Ni tampoco vi al demonio, que alivio, que yo como buen ateo tampoco me esperaba, ni mucho menos a santos. Nada de religioso. Ni siquiera personajes importantes, que hubiera sido interesante. No sé, como venezolano a lo mejor uno podría esperar tener una conversa con Bolívar, el pobre, que de aparecer de vez en cuando lo debe hacer solo a los chavistas, para darle algunos coscorrones, y si es así, espero que tenga a Chávez lleno de chichones. Nada de eso. Nadie importante. Ni de mi familia, ni algún ancestro, y ni mi abuela, la nonna, que tanto tiempo me dedicaba con sus cuentos.

Ya lo dije, el que se apareció fue Carlos, no es que fuese un desconocido, una especie de funcionario del más allá, no. Carlos era pana de los últimos tiempos, aquí en Inglaterra, la fase terminal de mi vida. Lo había conocido originalmente como usuario en el Refugee Council, donde yo trabajaba de adviser y advocate, que bien suena en inglés, pero en criollo significaba que me sentaba detrás de una cabina sin ventanilla, con solo una mesa separándome de su ira y frustración, y allí daba consejos a los infortunados refugiados sobre qué hacer para salir de los líos en los que estaban metidos, que normalmente eran más graves que los míos, y eso no es poco, porque siempre termino en líos, no solo los que la vida me depara con generosidad, sino los líos que yo mismo me invento que tampoco son pocos.

Mi rol era ayudar a los refugiados, durante su espera por la culminación del papeleo del Estado británico que dura hasta diez años y más, y que necesitan, durante esta no tan corta espera, que el gobierno británico se digne en tratarlos humanamente. Esta tarea era particularmente difícil debido a los funcionarios de un organismo que se llamaba NASS, adscrito al temido Home Office, internacionalmente afamado desde el Brexit por su enceguecida malevolencia. Y estos funcionarios, los del NASS, es difícil olvidarlos incluso en el más allá, estaban firmemente convencidos que su misión en la vida era hacer que la vida de los refugiados durante su espera fuera miserable, lúgubre, enjaulada y fría. Y uno de los refugiados con los que se encariñaron en su modo sádico fue el maladventurado Carlos.

El día que conocí a Carlos entendí lo incapacitados que estaban mis colegas del Refugee Council para entender a los refugiados. Y eso que yo no era un refugiado normal, es más, ni siquiera me había vuelto refugiado según la definición de la Ley. En efecto, mis ancestros italianos me dotaron de una ciudadanía que me permitía pasar por todas las fronteras del mundo, mi mamá se encargó de hablarme siempre en italiano, de corregirme los españolismos, y mi abuela me contaba historias todas casi todas las noches de mi infancia, hasta cuando vivía en otras ciudades, porque sus cuentos llegaban en cintas, lo que existía antes de los cassettes. En fin, aunque todos los colegas conocían mis ancestros italianos, sabían que había salido disparado de venezuela por el chavismo, antes de que mostrara su careta al mundo, e igual me consideraban un refugiado aunque no lo fuera, al menos desde un punto de vista jurídico. Así que en tono solidario un colega me dijo:

-Oye Fabrizio, un venezolano, seguro que lo quieres conocer. -

-Hey Fab, uno de tu país, me decía el de la recepción. - de lo más solidario.

-Hey fab, aquí vino uno de tu país.- lo quieres ver, me decía el guardia de seguridad, con su inglés típico de pakistaní de Bradford, y que hablaba a la velocidad de disparos de metralleta.

Qué iba yo a querer conocer venezolanos si salí de Venezuela harto de la viveza, la mediocridad y el chavismo. Ni él me quería conocer a mí: ambos evitábamos venezolanos, y por la misma razón principal y primerísima: no queríamos toparnos con un chavista, y mucho menos un chavista encubierto. Por supuesto en estas tierras frías y oscuras uno extraña a las hallacas, las arepas y el queso de mano, y sobre todo la bulla de fondo con sabor a Colombia y Caribe, con cumbias y salsa, pero quién quiere toparse con uno de los responsables de tanto atraso.

Y por supuesto, ¿cómo saber si el gobierno manda espías para seguirnos la pista? En algo gasta el chavismo todos estos reales, no pueden robárselo todo. Y me preguntaba cómo es posible que los colegas ingleses no se imaginen eso, cuántas veces les tengo que decir que Chávez es una farsa total. Nada. 

Al final terminé conociéndolo, haciéndonos amigos; infringiendo las normas del Refugee Council, del país, de la cultura británica, de todo, pero, en fin, nos hicimos amigos aunque compartíamos muy poco tiempo juntos, pero igual lo hicimos disfrutando de ratos de calidad, de intimidad venezolana y compartiendo arepas de reina pepiada, y tequeños improvisados. Y muchos momentos recordándonos recíprocamente a Juan Griego y playa Guacuco, y la sopa de Guacucos.

En fin, Carlos era un amigo, pero solo por pocos ratos, porque cada quien había hecho su vida en este país. Y, como decía, apenas abrí los ojos después de muerto, y que quede claro que eso de abrir los ojos es una metáfora para decir que pude ver en este mundo del más allá, en fin, apenas los abrí, el que estaba allí, de lo más tranquilo, tan pancho, era Carlos. Qué vida tan loca, quiero decir, que vidas tan locas, la de antes de morirme y la de después. Y el Carlos de lo más tranquilo, me miraba, por así decirlo, y se sonreía. Por un rato hubo un silencio.

-Disculpa Carlos, pero no entiendo, estoy confundido.- le dije.

-No te preocupes, todos estamos confundidos después de morirnos.- Me dijo y me quedé perplejo por la lógica coherente y absurda en esta situación tan difícil de entender.

Fue entonces cuando pensé que mejor le hacía una pregunta inteligente, pues no podía empezar esta nueva vida con tantos errores, no vaya a ser que en esta vida después de la vida también me la pase haciendo todo mal, sería el colmo. Pero la cosa se puso peor, y es que Carlos se sentó en una poltrona, pues sí, hay poltronas y todo, y como si nada me dijo:

- En el comité decidimos que yo viniera a hablar contigo de primero.

-Ajá - y es que la aclaratoria de Carlos estaba tan fuera de lo predecible, en fin, que aunque yo no había creído en la vida después de la vida, me parecía una pistolada, pero, en fin, si hubiese creído algo tan absurdo me hubiese imaginado algo totalmente distinto a esta primera frase informativa que oía ahora, que locura, y yo estaba absorbiendo esta realidad tan loca mientras todas las ideas, observaciones y sorpresas se me amontonaban en la cabeza como el que después de la vida hay más vida, otra oportunidad pues, yo que fui ateo toda mi vida anterior, quien diría que estaba equivocado y mira, hay más gente, al menos uno es Carlos, por suerte. Pero la suerte viene amarga, como en la otra vida, porque estos sobrevivientes de la vida anterior se reúnen en comités, qué horrible, pues lo menos que uno se espera es una burocracia en la nueva vida y mucho menos una autoridad viene definida por comités. Qué comités ni que nada. No me vine a morir para parar en una oficina. Todas estas cosas pasaban por mi cabeza, mi mente saltaba de un pensamiento a otro, igual que en la otra vida, y notaba que la poltrona en la que se sentaba Carlos era roja, muy cómoda, pero para qué sentarse si no se tenía cuerpo sino una imagen de cuerpo, y las imágenes no pesan, que absurdo, Dios mío, ahora sí puedo decir Dios mío, porque en una de estas se me aparece Dios paseando en una bicicleta, o comiendo un asado de pollo, quien sabe. En fin, mi mente volaba por todos lados, y aquí, por una vez, lo de volar es literal, pero aterricé de pronto, cuando Carlos me dijo:

-Bueno, Fabrizio, en el comité no estamos de acuerdo con que te hayas suicidado.

Lo que me faltaba. Empezaba mi vida de muerto, y ya andaba yo quebrantando las reglas. Sin oportunidad de borrón y cuenta nueva. Ya era un infractor. Y peor. Ya me habían descubierto, y para colmo me vienen a amonestar. Y empieza mal este nuevo mundo, si uno se muere de suicidio deberían tener la cortesía de dejarte morir tranquilo, y si uno va a vivir después, coño, lo menos que uno quiere oír es un juicio para ver si uno se suicidó por las razones correctas. Así empieza mi nueva vida como disidente, siempre viendo las cosas distinto a como la ven los demás, pal carajo con su comité. El más allá se estaba pareciendo al más acá, que pavoso.

Después de muerto, mi instinto de supervivencia me empujaba a esperar y calcular, aunque fuera un poquito, antes de expresar mi desacuerdo, que en mi vida anterior siempre expresaba mi opinión impulsiva y despreocupadamente, o en buen criollo, me iba de bocón, y terminaba en algún lío. En fin, pensé que mejor sería esperar para entender un poco la política y los modales de esta nueva vida. En fin, pensaba algo así como que “no puedo seguir en este peo de estar desadaptado en todas las vidas que tengo”, así que me armé de fuerzas, y quise aprovechar que tenía un amigo en el comité de muertos que me venían a criticar. Carlos podría ser mi enchufe, mi palanca aquí en el más allá. Quise de algún modo ponerlo de mi parte, iniciándose así la politiquería en el nuevo mundo salpicado de viejo. Y le dije, interrumpiéndolo:

-¿Oye, Carlos, pero me vas a venir con el cuento de que te suicidaste por las razones correctas y yo no?

Y al oír mis propias palabras me di cuenta de que a lo mejor no había sido diplomático, en fin, con este contrataque le podía salir a Carlos en la otra vida, pero quien sabe si en esta también. Pero apenas me respondió me di cuenta de que al menos una cosa seguía igual, la amistad.

-Mira que aquí nos enteramos de todo –me dijo de lo más tranquilo, justificando su suicidio- y a mí me perseguían esos recuerdos horribles de cuando los malditos del colectivo de Serra me hundieron en el Guaire y me hicieron tragar mierda. No podía más.

Para mí era difícil mantener coherencia en mis pensamientos, pues claro que reconocía la franqueza de su respuesta como algo propio de la amistad de la vida anterior, pero la perplejidad que me provocaba la situación se apoderaba de mí y me costaba seguir su razonamiento y mucho menos podía articular una respuesta. Cuando me dijo que “aquí nos enteramos de todo” me entró el horror de saber que en este nuevo mundo no había privacidad, y no es que yo tenga muchas cosas que esconder, pero esto, así como otras cosas, me abría miles de preguntas sobre cómo era este nuevo mundo donde había hasta comités que se daban el tupé de decidir si uno se había suicidado por las razones correctas. Pero como la idea de la camaradería y franqueza seguía siendo la misma en este mundo nuevo, le dije:

-No seas güevón, que tu tenías un montón de amigos en Inglaterra, empezaste una vida nueva en ese país y hasta te metiste en un grupo de rock, no lo puedo creer. Y te mataste como un cabrón...

Y él se iba riendo mientras yo hablaba y gesticulaba como diciendo sigue, sigue que no sabes nada

Y yo continué:

-Y hasta vino la policía a investigar si fue homicido.- le dije para incomodarlo un poco.

Y él hizo un gesto como para decir gran cosota. Y yo seguí a pesar de su sarcasmo y con esfuerzo traté de notificarle, subiendo la voz:

-Y en tu funeral, lo hubieses visto...- pero me interrumpió en seco, con un gesto brusco y me dejó colgado con mis pensamientos que fluían a toda velocidad. Yo también callé unos segundos, pues los recuerdos de su funeral se me amontonaron todos juntos en mi memoria y pude rememorar su funeral mientras Carlos organizaba la respuesta, pues repitió el gesto de que lo dejara hablar.

Y recordé su funeral había sido el funeral más lindo que he visto, si es que se puede llamar lindo a un funeral, que para mí son siempre macabros.  De pronto todos se apresuran a decir lo mucho que te quieren, incluso aquellos que a lo mejor no te saludarían si te vieran en el supermercado y de pronto dicen lo importante que fuiste en sus vidas. Cosas de Inglaterra, no sé.

Quería contarle que los amigos nos congregamos allí, pero inmmediatamente me repitió el gesto de que él me iba a hablar. Esperé mas y recordé que los amigos nos congregamos allí, yo el único venezolano, y todos aturdidos de saber que se había procurado insulina sin ser diabético y se inyectó suficiente para mata a un caballo. No sé muy bien por qué, pero todas sus amistades inglesas estaban congregadas allí, desconsoladas, sentados algunos en los divanes, y otros sentados en el suelo. Uno, que tenía una bufanda morada y estaba sin medias, de pronto tomó la palabra y dijo algo extraordinario de Carlos, no recuerdo qué, pero algo relacionado con su pasión por la guitarra eléctrica, y pidió para que todos lo recordaran así. Luego se hizo un gran silencio y una amiga, también descalza, pero con un calcetín rosado y otro verde, tomó la palabra y compartió un recuerdo bonito del día que Carlos preparó unas arepas que a Carlos le parecieron desastrosas, y siguió un chiste que no entendí, y que fui el único en no entender. 

En fin que yo quería decirle a Carlos que  no se hubiese suicidado si supiese lo tanto que lo querían, que bolas Carlos, a ti te querían, no eres como yo, quería decirle. Y Carlos seguía en silencio pero me repetía el ademán de "ya-te-voy-a-decir-algo-que-no-sabes".

Y me atragantaba por contarle que cuando habló Lou me interesé muy particularmente, porque sabía que se adoraban, y que recordó el día que ella lo conoció en Caracas, cuando todavía Carlos era un chavista y ella escribía su tesis de postgrado sobre la autonomía alimentaria de Venezuela, por supuesto, llena de entusiasmo por el proceso revolucionario de Venezuela. Tenía que contarle de Lou, pero otra vez me interrumpió con un gesto y por fin habló. 

-Sí, vi mi funeral, los tres que tuve- me dijo y se rio un poco sarcástico, pero con cariño.

-Verga, viste tu funeral? - dije asombrado, pero acostumbrándome a asombrarme en este mundo nuevo de los muertos, y no alcancé a preguntarle que cómo así, que qué tres, si hubo uno solo, o quizás dos, uno informal, el día que se murió, y otro varios días después, cuando la policía devolvió el cadáver. -Sí, claro, el funeral es el mejor momento de tu vida en Inglaterra, lástima que estés muerto. De pronto todos te quieren con locura. Y mis panas venezolanos hasta me envidian cuando les muestro mi funeral en el cinetrip.

-Ah,-dije, como si estuviera claro que era esto del cinetrip, y tratando de mantener el tono divertido de la conversación seguí:

- De haberlo sabido organizamos nuestros funerales antes de morirnos, así por lo menos estamos invitados, me avisas cuando pueda ir a ver el cinetrip.

-Tu no cambias -siguió- siempre con una jodedera.

-Bueno, es que no siempre uno se muere, así que hay que aprovechar la oportunidad. De haberlo sabido, en Venezuela montaríamos mejores rumbas y funerales menos macabros. Con un poquito de humor, siempre presente entre Carlos y yo, ya estaba olvidándome el asunto de los comités, o al menos del comité que no estaba de acuerdo con mi suicidio, y ya ni me interesaba preguntar por el cinetrip, pues pensé que la cosa podría ser verdaderamente divertida aunque todavía no sabía si echaría de menos el celular y otras cosas de la pre-muerte. Pero de pronto me atrapó la preocupación de tener todos los líos de la pre-muerte, y quería preguntarle a Carlos cómo era la vida por aquí, pero se puso serio y me recordó:

-Bueno, mi pana, de parte del comité, te repito que te quería comentar que no estamos de acuerdo con que te hayas suicidado.

-Y qué, ahora me van a venir con que tengo que pagar una penitencia. - Y tú te mataste por las razones correctas? Ya viste tu funeral...

-Mira, Lou dijo eso en mi funeral, y de verdad es que fuimos muy cercanos y la quiero mucho, me dejó vivir en su casa, hizo que su familia me tratara como un hijo. Pero ella nunca me quiso ayudar con las cosas de Venezuela. Y su tesis fue usada para argumentar que Venezuela tenía buenas políticas alimentarias. Y hasta la FAO se lo creyó. Nojoda. Eso duele. Y todavía me duele.

Al oírlo estaba consciente que a Lou le costó aceptar nuestras denuncias de lo que pasaba en Venezuela con todo y que  en los periódicos había aparecido que Carlos sufría de desorden postraumático y se suicidó porque no soportaba los recuerdos de la tortura. Aunque al final, por fin, debo admitirlo, por razones de honestidad intelectual, dejó de defender a la revolución bolivariana, por suerte. Pero Lou no quiso afrontar la realidad que descubrió de primera mano, esto es, que las autoridades bolivarianas son un engaño, unos corruptos, unos torturadores. Le pasaba de un oído al otro cuando le decía que los socialistas tienen que asimilar el tema de los controles del poder, propios de las democracias liberales. Toda esa realidad venezolana desubicaba a Lou de la izquierda del partido Labour, donde había que estar de acuerdo con Chávez o ser etiquetado de blairite, vendido, y demás. Todo esto pasaba por mi cabeza, mientras Carlos seguía con su cuento:

-Lou siempre fue muy solidaria conmigo en el plano personal. Me conmueve todo lo que hizo, y además creo que hizo más por mí de lo que yo hubiera hecho por ella –y yo lo dejé seguir su discurso que bien sabía por dónde venía- pero a mí nadie me quería creer en Inglaterra sobre lo que pasaba con el chavismo, pero a Lou la hubieran oído, al menos dentro de su círculo de amigos, amigos de amigos, algunos colegas y quizás más allá. Ella atribuía los abusos de Serra a un caso de un corrupto dentro del sistema, aunque estuviera vinculado a Diosdado, el hijoeputa. Para Lou siempre se trató de personalidades corruptas, a fallos del sistema, no a que el sistema fuera todo es un error. Una gran mentira. Una gran farsa. Un parapeto de los militares para montar una nueva oligarquía. La boliburguesía.

-Epa, epa, mira que yo no soy de la izquierda británica, se te olvida, yo sé muy bien quien es Diosdado y su banda.- le dije.

-Pero es que tú también me traicionaste! - me dijo.

-Yo? ¿Cómo?

-Para empezar, nunca te presentaste a los eventos que quería organizar en la universidad para explicar lo de Venezuela.

-Es que no vale la pena, lo sabes. Los ingleses siempre creen saber más que nosotros. Mira, con uno como yo ni siquiera discuten. Me oyen y después salen a dar dinero para hands-off Venezuela, el parapeto que montó la embajada con los locos del alcalde aquel que no sé como se llama. Lo hizo hasta gente que vino a tu funeral. No tienen remedio.

-Tú también me traicionaste un modo más profundo, y eso si es más grave.

-Otra vez? ¿Cómo?

-Pues que en mi funeral me prometiste que ibas a escribir una novela sobre Sofía, te acuerdas? Y las promesas a los suicidas hay que cumplirlas, eso es una infracción grave. Muy grave. Tan grave que aquí es un crimen, y el comité está de acuerdo.

Que susto. Se me había casi olvidado que estaba en el reino del más allá, que me había suicidado, que este era el inicio de la vida posterior y de pronto caigo en cuenta del lío en el que estoy. Un crimen en el más allá. Un crimen. Y además contra un pana.

-Coño, Carlos, disculpa, no quería traicionarte. Cuando lo prometí lo hice de corazón, pero las cosas se pusieron muy difíciles.

-Los escritores en dificultades consiguen temas de inspiración superiores, mejores que los escritores que no han vivido, que solo leen libros. - y le agregué

-Ya, eso es cierto, estoy seguro. Pero me botaron de todos los trabajos, -

Pero la novela, por qué la dejaste, no podías, me lo prometiste. Y tu promesa me la creí, y no te imaginas la ilusión que me dio.

Y yo lo interrumpí para seguir con lo que le quería decir, pero no me dejó.

-Fabrizio, tienes que entender que en este nuevo mundo de los que nos morimos, estamos todos pendientes, y lo que aprendemos es a ser pacientes. La paciencia es mi gran virtud. La paciencia. Y tienes que aprender tu también. La impaciencia te llevó al suicidio, y eso no se puede. Tu querías vivir, querías escribir, e ibas a encontrar los recursos, pero te suicidaste.

Y le quería decir que no había sido la impaciencia, pero la necesidad de vivir, mi imposibilidad de vivir, que quería vivir pero no podía, no podía seguir cortando uvas. No solo impaciencia.

-La paciencia, Fabrizio, aprende...

-Pero dejame decirte, Carlos...

-La paciencia, coño, escucha!!!...

-¡Que paciencia ni que nada, me estás gritando!- Y ya veía que el nuevo mundo se parecía al viejo. Fabrizio, escucha, que no vamos a dejar que te mueras.

-Ah no pana, lo que me faltaba! Todos los muertos se quedan muertos y ahora yo, justo yo, que bolas tienes tu, yo voy a ser el primer muerto que se devuelve, seguro que asusto a todos por allí, me van a confundir con un fantasma, que resucitando ni que nada.

Y el Carlos se reía.

-Si, pero si nadie lo sabe, entonces sí te podemos devolver.

-No pana, porfa, yo no aguanto más aquella vida, no me hagan eso, llévame a ese puto comité, que yo hablo con ellos. Quiero seguir muerto en aquella vida, y aquí seguro que empiezo algo nuevo, los puedo ayudar, haré un trabajo útil.

-Hasta después de muerto eres testarudo. Y eres el único muerto que quiere buscar trabajo. Ay, Fabrizio, que risa, pero no podemos aceptarte, lo siento.

-Que van a sentir ustedes nada.

-Sí lo sentimos y te vamos a ayudar con la novela.

Aja...y ahora las cosas empezaban a cambiar. Al fin y al cabo, a la nueva vida podría volver porque en el mundo no voy a ser el único que va a estar vivo para siempre, el colmo de la mala suerte para el
que se suicida. OK, me dije, y me dispuse a escuchar largamente los detalles de mi retorno a la vida normal.

-Los muertos que regresan no recuerdan nada –empezamos bien mal, pensé- pero contigo vamos a hacer una excepción porque de verdad tienes que seguir con la novela, estaba divertida. Te vas a devolver y vas a tener que buscar recursos –ahora sí que estamos mal, porque me la pasaba en eso y no conseguí nada- y los vas a conseguir –esto suena bien, con tal de que no sea en veinte años- y te vamos a dar unas pistas de donde están. Mira tu teléfono y tu computadora. Es todo.

-No, así no. Tienen que decirme de qué voy a vivir.

Y fue allí que me desperté. Efectivamente estaba en el mundo de los vivos, lo reconocí por su materialidad. Miré mi mesita de noche, y las medicinas con las que me metí la sobredosis estaban allí. Nojoda. Si me las vuelvo a tomar me las vuelven a poner allí, y no me muero nunca.

Me levanté de la cama, abrí la cortina y allí estaba, otra vez en Inglaterra, con el clima maravilloso de nubes y más nubes. Lluvia y más lluvia. Lástima que no pude ver el cinetrip de mi funeral, ni a mi abuela y a los amigos queridos. Me sentía que había perdido el tiempo mientras estaba muerto, si hubiese sabido cómo era, hubiese sabido qué hacer en mi corta estadía en el más allá.

Miré el teléfono, todas las aplicaciones, nada. Nada. Miré la computadora, nada. Miré mejor la computadora, y solo vi que la novela estaba borrada, porque la eliminé antes de suicidarme porque no quería que la publicaran antes de que la editara bien. Solo estaban los cuentos, y eso porque los tengo en línea.

La puta madre de todos los muertos que están en el comité! Bueno, qué carajo. Salí a buscar ayuda y reparar la laptop. Como había vendido el carro, iba en autobús y vi que tenía un mensaje. Era Arturo, mi amigo banquero. Había hecho negocios toda la vida, se hizo chavista y ganó una fortuna por sus conexiones con el gobierno bolivariano. Pero cayó en desgracia, fue a la cárcel por algunos delitos menores y la última vez que hablé con él se quejaba de los muchos millones que había perdido en la crisis.

Me mando un mensaje en el WhatsApp.

-Hola Fabrizio, estás allí. Estoy a punto de llegar a los 60 años, y no sé que hacer. En qué proyecto te meterías si estuvieras en mi situación.

Le respondí grabando un mensaje de voz. En español, por supuesto. Y mientras hablaba, una señora me miraba iracunda, y estaba su esposo con ella, también mirándome como si fuera un criminal.

Now we have won the elections, we will have Brexit. You have to speak English.

(Ya ganamos las elecciones, tendremos brexit. Tendrás que hablar inglés).

Y le respondí:

-Mientras mis impuestos paguen su pensión, hablo el idioma que me dé la gana.

Y la gente del autobús aplaudió. Una señal que no todo estaba perdido en este país.

Y en eso se apareció Carlos. 

-Carlos, que haces por aquí?

- Vine a decirte que nos equivocamos. Arturo no te va a ayudar. 

-Y quien me va a ayudar?

-Nadie.

-Y qué puedo hacer?

- No sé. Prueba a echar el cuento de lo dificil que es escribir la historia de Sofía.