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sabato 7 marzo 2020

El Monstruo Zamani









Nos enteramos que nuestras ventanas eran antibalas el día que el monstruo decidió romperse la cabeza con una de ellas. Aquella mañana lo conseguimos tirado en el suelo ensangrentado y medio muerto, nos imaginamos que se había peleado con alguien, pero mientras la ambulancia llegaba, revisamos las cámaras de seguridad y vimos que Zamani, el monstruo, llegó con un ladrillo macizo, de esos que solo se consiguen en Yorkshire. Estaba dispuesto a destrozar los vidrios de nuestras ventanas. Lo tiró con toda su fuerza y rebotó como una pelota de tenis, fracturándole el cráneo, dejándolo inconsciente y ensangrentado. 

Nada peor para un espíritu enfurecido que desatar su ira con violencia y terminar convirtiéndose en el hazmerreír de su entorno. Nuestra gerente, que todos la llamaban Debby para marcar el espíritu democrático, no pudo evitar carcajearse cuando supo del infortunado Zamani, y ella era la única, junto a los administradores, que sabía que habían puesto ventanas anti balas, pues cada semana alguien rompía una ventana en la noche, hasta que un día resolvíó que nuestra oficina tendría ese tipo de ventanas. 

Pocas semanas después Zamani apareció en nuestra oficina. Helenka, la recepcionista vino corriendo a decirme que me encargara de él. Yo tenía fama de ser bueno con los usuarios difíciles. 

-Fab, hay un tío bien difícil, podrás encargarte de él? 

-Por supuesto- dije sin dudar. A nadie le gustaba tratar con usuarios violentos, peligrosos o llorones. Pero yo asumí el criterio de que solo esos usuarios eran interesantes. En parte por mi predisposición ética a quere ayudar a los más necesitados. Pero en parte por una razón muy egoísta. Se había vuelto un juego. 

Sí, un juego. Peligroso, pero un juego. Y divertido, además. Esto lo aprendí en Venezuela, de los indómitos llaneros. Recordé un día el orgullo con el que un bravío domador decía que habría montado el caballo más salvaje, una yegua imposible, y la habría dejado mansita. Y fue así que un día me dije, "con los usuarios, haré lo mismo". Así que si uno llegaba furioso, sudando a mares, rojo, con las venas marcadas, los ojos saltones, el grito contenido, y los dientes apretados, pues yo me decía, en silencio: 

-Aquí estás papito...en un rato te dejo mansito. 

Poco a poco me volví el experto en toda clase de furias y alucinaciones. Y mi querida Helenka sabía que yo anhelaba tratar con toda clase de usuarios endemoniados y fue por eso que inmediatamente me llamó para que me encargara de Zamani. 

-Fab, es el que se rompió la cabeza con el ladrillo, está furioso. Todavía tiene la cabeza bendada. No habla. No dice nada. Se le van a salir los ojos. Te va a encantar. - me decía Helenka, riéndose, pues no entendía como yo podría ser tan loco como para querer encargarme de alguien así. Pero ella sabía que la otra opción era llamar a William, Paul o Vicky, y estos terminarían por decirle, muy deacuerdo a las policies, que nosotros no toleramos agresiones ni insultos. Helenka los sabía de sobra, sin Vanessa o sin mi todo acabaría con la policía involucrada. Zamini le daría un puñetazo a la mesa, rompería algo, gritaría,  tiraría alguna silla contra una pared, y el guardia de seguridad vendría, y con sus cintas negras de no-sé-cuántas artes marciales, lo ataría y diez minutos después vendría la policía. Por eso, y no solo por eso, Helenka me adoraba. 

-Por favor, Helenka, intenta indicarle donde está la puerta de la habitación de seguridad. Lo espero allí. 

El entró por la puerta de un lado de la habitación, yo entré por la otra. Ambos al mismo tiempo. El guardia de seguridad venía detrás. 

-Por favor, déjame solo con Mr Zamani- le pedí al guardia de seguridad. 
-Seguro? 
-Sí.

Me senté en mi silla, enfrentado al escritorio donde estaba mi computadora, y él se sentó en frente mío. 

Buenos días Mr Zamani. 

El no respondió. Puso un codo en la mesa, con fuerza, como si quisiera romper la mesa. Luego puso el otro codo. Luego se reclinó un poco hacia adelante para poner las manos a cada lado de la cara, con los codos firmes en la mesa. Yo me quedé tranquilo, bueno, tranquilo en apariencia, digamos que si alguien me miraba diría que estaba tranquilo, pero yo no podía estarlo porque soy muy malo con los ataques físicos, en la escuela era el peor peleando, en fin, solo me defendía con palabras, no te distraigas, Fabrizio, que a nadie le interesa eso y sigue echando el cuento, y venía diciendo que que igual pude ver que los codos en la mesa fueron agresivos, pero quien busca pelea no pone los codos en la mesa. Yo supuse que iba a terminar bien, pero sabía que al mínimo estímulo negativo el hombre me saltaría encima. Esperé un poco y Zamani no me devolvió el saludo. 

-Voy a hacer lo posible por ayudarlo- le dije –espero que me explique. Esperé pacientemente por su respuesta. 

Y esperé. No me precipité en seguir los procedimientos precisamente definidos por la organización donde trabajaba. El primer paso era preguntar el nombre, confirmar la identidad de la persona, pedir su documento de identidad y confirmar fecha de nacimiento, nacionalidad y demás. Si mi jefe me hubiese estado supervisando habría ya marcado varias X en las “cosas para mejorar”. Por supuesto yo me pasaba ese procedimiento por alto, o para decirlo en buen venezolano, que es como hay que decirlo aquí, me lo pasaba por el mismísimo forro de las bolas. Este tipo estaba furioso y había que oírlo, dejarlo descargar. Esperé, y agregué: 

-Yo espero, no se preocupe, estoy aquí para ayudarlo. - Y Zamani solo movía el pecho por la respiración profunda y controlada. Tenía los brazos gruesos, musculosos, y con las venas marcadas. Yo me imaginaba que el aire que expiraba cuando respiraba salía caliente y vaporoso. Parecía que quería evitar una explosión. 

Y para que no explotara seguí esperando unos segundos más. “Quizás necesita que la adrenalina se le baje”, pensaba yo, un poco preocupado por mi seguridad. Tenía visualizado mi plan de escape en caso de que saltara encima para estrangularme pues daba la impresión que no me daría tiempo para activar el botón de emergencia. Y precisamente cuando eché una hojeada a la puerta, vi a través de la ventanilla que la gerente me hacía una seña a través de la puerta, algo así como tenemos-que-hablar. Por supuesto, no le hice el más mínimo caso. Y me concentré en Zamani. Pero no pasó nada después del tiempo prudencial para bajarle la adrenalina en mi juicio, qué juicio voy a tener si no soy psiquiatra, pero así, desarmado, le dije: 

-Estoy aquí para ayudarlo.- repetí y dejé una breve pausa para agregar – y para ayudarlo necesito saber qué le pasa- 

Dejé que pasaran otros segundos, que a mí me parecían horas, y que a él posiblemente también, pero sabía que esta frase tenía que entrar en su estado de consciencia, que era poca. Poca, sí, pero suficiente para haber llegado aquí, el sitio correcto para recibir ayuda. Como buen venezolano sé muy bien cómo reaccionar en momentos de extrema tensión pues todos hemos pasado por el entrenamiento de ser detenidos por la terrible Guardia nacional, los temibles malandros o cualquiera de las nuevas policías que la dictadura ha creado y que yo no tengo el dudoso honor de conocer. En fin, traté de mantener el mayor tiempo de silencio posible para que la incomodidad lo hiciera hablar.
Pero el que se incomodó fui yo cuando volví a ver a la gerente de reojo que me hacía una seña que aparenté desconocer. Y se me ocurrió de pronto que el problema era quizás que ninguno de los dos hablaba el inglés como lengua principal. Así que en una versión un poco tarzanizada del inglés le repetí. 

-Para ayudar, necesito saber. Si yo sé que te pasa, sé cómo ayudar.- 

Nada. Allí seguía mirando hacia la mesa. Los codos firmes. La cabeza sostenida con las manos. Ni un solo movimiento de las extremidades, solo la respiración, siempre pesada, profunda y sonora. Para mí no era del todo fácil imaginarme lo que él sentía. Daba miedo, no lástima, y por eso todavía jugaba al domador.
Por supuesto, todavía no sabía  que la rabia la llevaba acumulada desde niño. Ni mucho menos  que no le tocaba ser un niño traumatizado, sino un niño consentido de la clase media alta iraní, con estudios en el exterior y toda la sofisticación de la cultura persa. Había tenido una infancia tranquila y privilegiada en Teherán. No se había enterado mucho de la revolución islámica, pues vivía en el mundo protegido de su casa, que incluía personal de trabajo doméstico, y visitas frecuentes de familiares y amigos de sus padres. Viajaban con frecuencia a Turquía donde iban a la playa y su madre disfrutaba de los mercados de Instambul, ciudad que prefería a París o Roma. Pero a Zimani no le impresionaban las playas de Anatolia porque prefería jugar en la piscina de su casa, siempre limpia y muchas veces con algún invitado cuidadosamente seleccionado por la familia. Quien diría que aquel niño se habría metamorfoseado en este monstruo al que todos temían. 

-Tómese su tiempo, Señor Zamani. Yo también soy extranjero y me he puesto muy bravo en este país. No todos nos entienden, lo sé. - y decidí esperar otros segundos más. Quizás minutos. Pero horas en mi percepción distorsionada del tiempo. Y trataba de entender qué pensaba pero no me daba ninguna señal kinética. Su cuerpo inmóvil. Sólo logré imaginarme que la noche anterior al incidente del ladrillo vengativo, Zamani cruzó el norte de la ciudad de Leeds, bajó hacia el centro, tomó un ladrillo inmenso que consiguió en una construcción y caminó hacia el sur de la ciudad. Llegó a nuestra oficina para descargar toda la rabia que tenía contra nosotros, el Home Office, las Naciones Unidas, Dios y la vida. Y todo eso con un ladrillo contra la ventana vengativa, y en esta ocasión, como en todas las demás tanto en este país, como en su nativo Irán, el azar siempre estaba en su contra y con todos sus músculos logró que la ventana le devolviera el ladrillazo. Pobre Zamani. 
Y pobre de mí, que el hombre seguía en silencio. Y pobre de mí que el gerente desapareció y el teléfono interno empezó a repicar, y yo sabía el porqué. Obviamente, la gerente, Debby. Lo desenchufé. Otra vez, atención plena para Zamani. 

-Yo no sé qué le ha pasado a Usted, pero a mí también me han pasado cosas en este país, por eso me vine a trabajar aquí, para ayudar a gente como usted, gente como yo. 

Todavía no sabía cuál era su problema, pero era fácil de adivinar que estaba furioso así que su lío era grave, o al menos para él. Por mi parte, tenía que dejarle entender que hay un ellos y hay un nosotros, hay un tú-y-yo que somos nosotros, no es muy justo con mis colegas, pero es el modo de romper una barrera. Pero nada. El seguía allí, clavado. Todavía escuchaba su respiración. Todavía tenía los codos clavados en la mesa. Todavía no lograba ver una sola señal de que me oía, de que había empatía. Y por supuesto, todavía no había aprendido que su familia cayó en desgracia por la membresía política del padre, y que la revolución los fue despojando de todos sus privilegios muy velozmente. El último de los privilegios en perder fue la libertad de la madre de usar el velo semi descubierto, en clara contravención de las reglas impuestas por los Ayatolas y rigurosamente impuestas por las guardias de la moral. Todavía acostumbrado a los privilegios de niño rico en una sociedad desigual, de niño fue forzado a ver a su madre apedreada en un juicio brutal. Y con cada piedra venían los insultos, para agregar humillación al dolor. Cada piedra que recibía la madre lo hería en el pecho, con un dolor ardiente que no se le quitaría jamás. Y así la vio morir. Y no solo se murió con el dolor de las pedradas y de la humillación, pero con el dolor de ver a su hijo viéndola, para añadir más sufrimiento. Que muerte!

Yo seguía interrogándome sobre cómo romper el hielo. No podía dejarlo ir sin solucionar su problema o mataría a alguien, o se mataría, o tiraría otro ladrillo contra una ventana, preferiblemente no la nuestra otra vez. Y el gerente volvió a aparecer por la ventanilla con su mueca de “hablamos-luego” o “te tengo-algo-que-decir. Le hice una seña de luego, una seña de espera, esperando lo mejor...Esperé un rato y dije: 

-Oye,Zamani, aquí nosotros no somos del Home Office. El Home Office se equivoca mucho, a lo mejor te podemos ayudar. 

Esperé más. Nada. Seguí esperando. 

-Zamani, oye, yo necesito ayudarte. Mira, no lo hago por el Refugee Council. Lo hago por mí. Por darle paz a mi vida. Me vine a ayudar, porque quiero ayudar a gente como tú. Pero no puedo ayudarte si no me dices el problema. 

Y por fin levantó la mirada. Me miró e hizo un gesto como diciendo “sí”, sí algo. Yo esperé. Pensé; "mirándome no podría resistir el silencio", pero aguantó. Y yo no tuve más remedio sino procesar cuidadosamente su mirada, de pocos segundos, pero es muy intenso cuando tenemos solo un gesto para entender a alguien. Esa mirada de duda, esa mirada de pregunta y esa mirada de serás-tu-el-que me-va-a-entender? Una mirada de ya no puedo más.

Hasta que por fin sacó un montón de papeles, documentos, y cosas varias que tenía en los bolsillos. Estaban arrugados, doblados, manchados de café. Tomé los papeles y vi notificaciones del Home Office sobre vivienda, sobre su “liability to detention”, es decir, que lo pueden meter preso sin razón, sólo porque ha pedido asilo, pues el asilo es un derecho que tienes, pero al pedir tu derecho te pueden meter preso, así de vulgar, casi como Chávez que amenazaba con meter presa a la gente en los programas de TV.  Pues aquí, son más civilizados, tienen jueces con pelucas blancas, y lo que hacen es mandarte una cartica con tu nombre y dirección presente, y los jueces con pelucas no cuestionan la legalidad de meterte preso sin haber cometido un delito. Civilizados, nada. Bestias insensibes. Esta cartica no es precisamente muy reconfortante cuando te la entregan al infomarte que van a analizar tu petición de asilo y tienen que esperar por meses o años. Años en el limbo, mejor el limbo que en el infierno, pero con la amenaza del infierno y para hacerlo más placentero, años donde puedes ser detenidos así, sin más, por una puntada de culo, como dirían en Venezuela. 

Esa carta, ese papel que decía liability to detention siempre se me aparecía entre los documentos de los refugiados. Era uno más. No era nunca relevante. Y sin embargo estaba allí gritándome de las injusticias del mundo. Soy venezolano, igual que Carlos, igual que Sofía, igual que Arturo, mi pana científico metido a empresario. Pero tengo algo diferente, algo de lo que no tengo mérito. Soy también italiano, mis padres lo son. Así lo dice la constitución italiana, articulo 4. A todos ellos les toca esta carta y a mi no. Yo si voy preso es por matar a alguien, por imbécil que sea. O voy preso por escribir estos cuentos, quien sabe. O porque algún cuento ofende a uno de estos de peluca blanca e inglés decimonónico.  Y ahora, saliéndonos de la Unión Europea los europeos sienten escalofríos porque su estatus es inseguro, y mira a Zamani, su estatus es detenible y deportable al infierno y no a los horrores de París o a las torturas de la dolce vita. 

Seguí mirando papeles. Leí sobre artículos sobre su madre y su padre,  cuando fueron detenidos. Leí una petición de Amnistía internacional por su padre. Leí sobre sus sonoros casos, años atrás. También leí y aprendí sobre su infancia, al leer testimonios de los familiares de sus padres, en Canadá y  Alemania. Y conseguí el que era el que le creaba este estado de enajenación. “Su petición de asilo ha sido denegada”, decía.

Pocas frases después seguía “no hay razones fundamentadas para sus miedos” pues “la experiencia sufrida por su madre, padre y hermano mayor no tienen que ver con sus circunstancias...” lo cual, por cierto, es correcto, si lo analiza una computadora programada por un robot extraterráqueo. Cómo van a decir que su miedo es infundado porque a él no lo mataron y por lo tanto no le quieren hacer nada? Qué clase de razonamiento es ese? Malparidos!

Hay que comer muchos raviolis enlatados para pensar así. O será efecto del vinagre en las papas fritas? Seguí mirando y no era fácil reconstruir el fajo de papeles de su petición de asilo pues estaba doblado, requetedoblado, y desengrapado. Lleno de palabras pequeñitas, manuscritas en el alfabeto persa, subrayados, marcas de puños, y por supuesto, estaba roto y pegado con celotape, de todo, y con todo tipo de marcas que hacían pensar que el documento estuvo en mesas, piso, papelera, basurero. Los papeles fueron pisoteados, escupidos, insultados. Cuando esas hojas de papel salieron de la fábrica, no sabían que iban a pasar por tantos vejámenes. Las hojas casi que preguntaban qué decían esas letras para enloquecer tanto a alguien. 

-Vienes para resolver este problema, me imagino? Le dije mostrándole el documento donde le negaban el asilo. 

Por fin se movió Zamani. Me miró a los ojos y algo en su mirada decía menos mal que entiendes, al fin, alguien que entiende. Pero justo en ese momento mágico apareció la gerente, Debby. Primero se apareció otra vez por la ventanilla, y luego, rompiendo la costumbre y los protocolos, abrió la puerta. 

-Fabrizio, disculpa, pero podemos hablar un minuto? 

Yo miré a Zimani para ver si tenía cara de partirle la cara a la gerente, que hubiera sido conveniente para mí, así aprende de una vez a no interrumpir las sesiones de este tipo. Pero desafortunadamene Zimani era más razonable que Debby, así que la gerente pudo conservar intactos todos los dientes, su dentadura de dentista y los huesos de la mandíbula un poco desencajada. Volvía a mirar a la gerente y le dije: 

-Claro Debby, en un momento voy- le dije, sabiendo que no tenía la menor intención de interrumpir la sesión con Zimani. 

-Si puedes ahora, mejor- me dijo con cara de “otra-vez-Fabrizio-haces-lo-que-te-da-la-gana

Zimani me miró y de alguna manera vió mi cara de “esta-cabrona-no-entiende-nada"

-Ingleses -sentenció Zimani. 

Victoria, pensé. “Este Zimani es más razonable que la jefa”, como es de esperarse. Así que le hice una seña a Zimani y le pedí que esperara un momento. Me dirigí hacia la puerta y caminé hacia afuera de la habitación. De reojo vi a Zimani que decía no con la cabeza y repitió: 

-Ingleses. 

Cuando salimos Debby, con su sonrisa críptica, típico rictus, mostrando su dentadura de dentista, empezó su sermón. 

-Fabrizio, hay procedimientos. Y hoy hay circunstancias especiales. Tenemos muchos usuarios así que tienes que ser veloz con esté señor. 

-No te preocupes, Debby, seré lo más veloz posible- dije sabiendo que no lo iba a hacer y que me metería en problemas. 

-Cual es su problema? Me preguntó. 

-Le negaron el asilo. 

-Ah, algo sencillo. -dijo con cara de quien ya sabe todo- Lo refieres a la oficina de migraciones para el regreso a su país y así puede hacer su sección 4- La sección 4 era una jerga burocrática que indicaba una solicitud de apoyo económico con vales para el supermercado y de vivienda temporal mientras se organiza su retorno. 

-Ah, la sección 4, que buena idea. - le dije sabiendo que la idea era mala, y mucho menos la prioridad  de Zamani, aunque a nadie le importe eso. Por no decir nada de que si lo primero que le hubiese dicho a Zimani es que la solución era empaquetar, nada menos que empaquetar sus cosas, e irse a Irán, buscarse algunos amiguitos entre los Ayatolas, en fin, que si le recomendaba eso, lo que habría que empaquetar serían los trozos de mi cabeza, cráneo por un lado y sesos por otro, para meterlos junto a mi ataúd que mandarían de vuelta a Venezuela. 

-Recuerda de no tardarte mucho – me dijo Debby, tal lejos de lo que yo pensaba y de lo que quería decirle: "claro, cabrona". 

Y ya iba a abrir la puerta para volver a la habitación con Zamani cuando Debby me recalcó: 

-Y recuerda que tienes que seguir los procedimientos, Fabrizio. Necesitas el guardia de seguridad, es una persona peligrosa y tenemos información confidencial que es intransigente.- y me dio una palmadita y me guiñó el ojo como diciéndome “eres-un-niño-tremendo-y-te-tenemos-que-cuidar"

-Ya se calmó, no te preocupes -respondí- y no creo que sea demasiado intransigente – le dije, sin agregar, porque aún no lo sabía,  que más intransigente fue ella al interrumpir la sesión para decirme que me dé prisa mientras que él, que teme por su vida y vió morir a su madre asesinada, aceptó que interrumpiéramos la sesión. Y de pronto me quedé ensimismado con la facilidad con la que lo calificaba de intransigente. Y es que me pasa que a veces me quedo enfrascado en las cosas que dice la gente, sobre todo cuando son muy tontas y no puedo responder. Y me decía, “y tu, cabrona, de verdad eres tan tolerante y abierta a la negociación, lo llamas intransigente y tú me interrumpiste un montón de veces, qué harías tu si se te pincha la bicicleta de mierda, y a este lo criticas por intransigente, ve a freír mono como decimos en Venezuela".

-Estás seguro? -Me dijo ella. 

-Seguro de qué -mis pensamientos me hicieron perder el hilo. 

-De que va a ser, Fabrizio, de que se calmó. 

-Ah, claro, sí. Estoy completamente seguro–dije, sin estar seguro para nada, pero a toda costa tenía que evitar tener un guardia de seguridad metido allí: hubiera destruido la atmósfera que había apenas logrado construir. 

Por fin volví a la habitación donde estaba Zamani. Qué alivio. Me senté. Tomé aire. De verdad que estaba echando de menos las venas salidas, y los codos clavados en la mesa de Zamani. Mejor que aquella loca con su institucionalidad inservible que me obligaba a ser hipócrita. 

-Qué quería tu jefa? Dijo Zamani. 

-Nada. No tiene que ver contigo, no te preocupes. Es que tenemos un problema con las alarmas, no te preocupes. -le mentí. Por supuesto que no le iba a decir que a ella no le gusta que resolvamos los problemas de acceso a la justicia. 

Tomé en mis manos el manojo de papeles que en algún momento fueron la respuesta a su petición de asilo. Yo ya me imaginaba, porque era frecuente que fuera así, que su problema era que el abogado no lo quería seguir representando y él quería que lo hiciera. La lógica en este país era muy sencilla. Los abogados son pagados por el mismísimo Home Office, y la condición para ser pagados es que ganen el 50% de los casos o más ante una corte de apelación. Esto para decirlo en anglosajón, porque en venezolano somos más prolíficos explicando esto que, en fin, es como una especie de apuesta entre el Home Office y el abogado, y en esta apuesta el Home Office dice algo así como: 

-Oye abogado, ven acá, que aquí hay pa los dos. Si me ganas la mitad de las veces, te pago por todas; si pierdes, te quedas sin contrato, te buscas otro trabajo y escribes cuenticos con Fabrizio, que nadie lee, o se ponen juntos a cantar rancheras en el metro de Londres. Estamos claros, no? 

-OK, dice el abogado que tiene una hipoteca que pagar, además de las dentaduras de dentista para sus hijos. 

Bueno, la idea de la apuesta no es mala. Ha permitido al capitalismo anglosajón sobrevivir a todos sus errores, pero estamos en Inglaterra, y esto no hay que olvidarlo jamás: siempre hay una letra pequeña y la letra pequeña es lo único que cuenta. Así que el Home Office para pagar su apuesta dice, otra vez en buen criollo venezolano: 

“Bueno, guevón, no te voy a pagar por todo tu trabajo, sino solo por una cantidad de horas pequeñitas, no mucho, no te la voy a poner manguangua (demasiado fácil), y si te pones a investigar y a ponerte con intérpretes y demás no te pago nada de esos lujos, ni siquiera el lujo de entender de qué tiene que decir tu víctima a través de alguien que hable su lengua, ni que fuera pendejo, ni para que decirte que si te pones a averiguar exactamente por qué todo lo que nos inventamos es mentira, pues lo pones de tu bolsillo y tu sales perdiendo. Bueno así. Mitad pa ti, mitad pa mi, que de este cochino vivimos los dos". 

Le pagan una cantidad de horas. Y si el caso se puede apelar con un "copiar y pegar" de otros casos, tiene chance. Si no, no. Así que los abogados, que creen la justicia y son demócratas y defienden a los derechos humanos, terminan más comprometidos en flotar con dinero fácil que estar salvando vidas a su coste.  Así que constatando la realidad, le pregunté a Zamani:

-Así que quieres que te busquemos un abogado o quieres que hablemos con el tuyo? 

-Por favor- me dijo. Como si fuera una respuesta clara. 

-No te preocupes. Lo primero será llamar a tu abogado.- lo cual vale para cualquier cosa que él hubiese pensado que era obvio. 

Llamé a su abogado. Atendió la recepcionista de la firma legal. Después de las formalidades de la presentaciones me dice. 

-Oiga, disculpe, pero qué nacionalidad es nuestro cliente. 

-Iraní.
-A no, no se puede.
-Como que no, por que.
-Tengo instrucciones. No iraníes.

-Bueno, entiendo eso. - por spuesto que hay mucho que entender. Es una discriminación descarada y confirma que si en este país no prohiben joder de alguna manera, entonces de esa manera es que te van a joder. No se analizan las peticiones de asilo por mérito, sino que se discrimina por nacionalidad, vaya. 

-Puedo ayudarlo con algo más.- me dijo con el típico tonito de no-moleste-más-con-este-asunto y prepárese que le tranco el teléfono sin que ud pueda decir que no le dí la cortéz oportunidad de hablar de otra cosa. Típico. 

Sí, entiendo, no iraníes. Pero esta persona era su cliente. Esperó por años y contaba con sus servicios de abogados y de pronto lo abandonan sin más. No tiene detalles. 

-Bueno un abogado revisó su caso y recibió su carta. Su petición de asilo carece de evidencias, es débil. 

-Y cómo lo sabes si eres una secretaria sin entrenamiento legal? Provocaba preguntarle. Pero no valía la pena. Ya hacía tiempo que conocía la explicación. Es muy simple. Si su cliente es iraquí, su petición de asilo será aceptada, si era iraní no. En Alemania los jueces pensaban lo contrario que los jueces ingleses. Pero había que seguir. 

-Y cómo sabe que recibió todo si no sabe de quien le hablo, disculpe. - Le pregunté. 
-Por favor, nombre del cliente? 
-Nosequé Zamani.
-Fecha de nacimiento 

Y seguimos el típico protocolo de seguridad. 

-Bueno, ya le dije, aquí dice que recibió su información. Su caso no es fuerte. Para nosotros el caso está cerrado, lo siento. 

-I am sorry.- repetía Zamani, en su silla. Por el tono que usaba me hacía pensar que él también se mofa de lo tanto que dicen lo siento cuando no sienten nada, sobre todo cuando el tono de voz solo indican que sienten un gran desprecio y desinterés. Yo por mi parte tenía ganas de gritarle que son unos peseteros, que no tienen ningún compromiso con la justicia, pero mi rabia solo me podría conducir a que levantaran una queja contra mí, pero arriesgar la queja a lo mejor valía la pena, pude haber pensado, porque así al menos Zamani sabría que estaba de su parte. 

-Los ingleses son así, ya sé, me imagino lo que dice. - dijo Zamani, adivinando acertadamete las respuestas de la recepcionista. 

Y empecé a darme cuenta que Zamani conocía más de lo que parecía el país en el que vivimos. Por una parte quería decirle que hay ingleses que no son así, como Sue. Pero mayor era la tentación de gritarle a esa secretaria para que él entendiera que estaba de su parte. Pero a este punto podría pensar  que el podía entender que no me queda más remedio que mantener las formas profesionales, como que si ser profesional tuviera algo que ver con ser indiferente. Y apenas tranqué el teléfono me comentó Zamani: 

-Bueno, ahora llegó la hora de buscar otro abogado, uno que crea en la justicia. 

Yo de pronto confirmé que estaba frente a alguien de gran inteligencia y no una simple bestia salvaje, por más enloquecido que fuera apedrear nuestras ventanas antibalas. Con razón cuando le pregunté si llamo a su abogado o busco otro me dijo, simplemente, “por favor”. Ya él sabía de antemano cuál era el libreto. Qué alivio, por fin. Ahora iba a buscar el teléfono en mi libreta de un abogado iraní, de cultura italiana, que había estudiado en la misma universidad de mi papá, la Sapienza. Le quería comentar a Zamani acerca de este abogado, con quien por cierto disfrutaba hablar, y que me premiaba por permitirle habar italiano tomando más casos de iraníes de lo que era razonable. Pero la suerte suele ser escasa y en ese momento, justo allí, apareció Deby otra vez por la ventanilla. Otra vez con sus muecas de “te-tengo-que-decir-algo" y movimientos circulares de la mano, a modo de robot. 

-Allí está tu jefa otra vez. - dijo Zamani, y dio un puño en la mesa. 
-Voy a llamar un abogado que creo que te podría ayudar.- 
-Prefiero que llames a este otro, - y sacó una tarjeta. 

Qué gran casualidad. Era el mismo abogado. Gran casualidad, nada; ni que hubiera muchos abogados iraníes comprometidos y en esta región, además. Empecé a discar el número de teléfono, pero la Debby, la jefa, entró con el guardia de seguridad. 

-Estás bien, todo bien? 
-Sí todo bien. 
-Por favor puedes venir un momento. 
-Si claro, apenas termino, que estoy en el teléfono con alguien 
-Puedes llamarlo luego. 

-No, no puedo, estoy esperando porque está buscando unos documentos para mi, está en línea y me pidió que esperara- le menti, mientras sostenía el teléfono bien pegado del oído para que no se oyera el pitido de ocupado. 

-Ok, te espero, dijo la jefa. Y se fue. 
- Qué crees que quiere,- me pregunto Zamani apenas se cerró la puerta. 
-Nada. Quiere que me apure y tuvo miedo del puñetazo. Pensó que me ibas a matar, dije bromeando. 
-Qué puedo hacer para que te dé más tiempo. 
-Rellenar una planilla del sección 4. - Y se la dí. 

Como el abogado no contestó porque el teléfono seguía ocupado, salí a hablar con la jefa. Le expliqué que después de muchas preguntas de su parte, Zamani había decidido aplicar a la seccion 4. La jefa me felicitó. Volví con Zamani. 

-Tenemos unos minutos más, Zamani. - Le dije.

Volví a discar el teléfono y me dí cuenta que había algo absurdo en la situación. Cómo es posible que Zamani tuviera este contacto y me diera el número de teléfono y él no hubiera llamado o se hubiese aparecido en la oficina. Pensé que este era un tipo inteligente, no parecía tímido para nada, de hecho llegaba vuelto Hulk en cada sitio a donde iba, y a mí no me cuadraba. 

-Quieres hablar tu una vez que respondan? Le pregunté. 

-No!!! Por favor! Si ese es el problema, la secretaria no me deja hablar con el abogado. 

Repentinamente recordé que mi papá decía algo así como que tener un amigo ministro era tener un buen contacto, pero de poco servía si no te hacías amigo de su secretaria. Y aquí estaba Zamani dándome evidencias que la intuición sociológica de mi padre era correcta. Esperé al teléfono, me atendió la famosa secretaria, que detentaba las llaves del poder, hasta que por fin hablé con Izadi, el abogado iraní. Tuvimos una relativamente larga conversación como saludo, sin referirnos a la persona que le quería referir. Simplemente a Izadi le gustaba conversar en italiano, de lo que fuera. Pero cuando le comenté de Zamaní, me cayó un baño de agua helada encima, que por suerte fue en un idioma que Zamani no entendía. 

-“Me ne vado” Me voy. Me mudo de país. Me voy a Canadá donde tengo familia y donde no tengo que pasar por estas cosas que pasan aquí. 

-Me alegro por ti, Izadi. He oido cosas muy buenas de Canadá. Muchos amigos viven allí y adoran ese país. Suerte. "In bocca al lupo". 

-Oye por qué me llamabas? 

-Quería referirte a un cliente iraní. Típico caso donde los abogados aparentan representar a sus clientes, pero cuando llega la hora de ir a tribunal, le dicen que su causa es débil. 

-No te voy a poder tomar el cliente, lo siento. Mi ida es inminente. 

-Me lo imaginé Iza, pero no podrás dejarle el caso a uno de tus colegas. 

-Imposible, ya les dejé un montón de casos que ellos creen perdidos. Mis clientes quedarán desamparados. 

-Bueno, Iza lo siento por mi usuario, le diré. Otra vez, in bocca al lupo, suerte 

Ahora llegaba la hora de hablar con Zamani. Traté de tomar fuerza. Cómo le digo que el abogado amigable con los iraníes y que además habla persa se va del país. Ya me disponía a hablar con Zamani pero Debby, la gerente se apareció otra vez. 

-Fabrizio, podemos hablar un minuto? 
-Bien, déjame un segundo con Zamani y voy afuera y hablamos. 

Salió y Zamani vino en mi rescate, del modo más insospechado. Por un segundo pensé que había entendido la conversación, pero vi que no, que simplemnte me estaba ayudando a controlar a mi jefa. 

-Oye Fabrizio, -dijo Zamani- dile que me voy a suicidar. 

-Cómo así? Te vas a suicidar? 

-No seas tonto. Entiéndeme. Si le dices que te dije que me voy a suicidar tenemos más tiempo para hablar. Vas a tener que seguir otro protocolo. Tu arreglas todo en las notas y ya. Y mientras estoy aquí seguimos con lo del abogado. 

-Ok, me parece una buena idea- le dije, con admiración a su inteligencia. 

Pero aunque la idea fuera buena, lamentablemente podría ocurrir que de verdad que a Zamani se le podría ocurrir suicidarse si se enterara que el abogado que representa su esperanza se va del país. Era irónico que el “monstruo Zamani” me ayudaba a controlar la personificación de la burocracia aparentando decir algo que probablemente pensaría cuando le dijera lo que tenía que decir. Salí a hablar con la jefa enredado con mil ideas en la cabeza.

-Hola Debby, tengo una situación delicada. -Dije

-Fabrizio, tienes que terminar. Tienes que ser profesional. no puede ser que te tardes tanto llenando una planilla del section 4. Yo sé que eres una buena personal pero hay que tomar distancias. Otra vez me miraba con carita de Fabrizio eres un niño tremendo pero te tenemos que controlar.

-Debby, me acaba de decir que se va a suicidar. 

-Bueno ya sabes lo que le tienes que decir, ve y asegúrate de referirlo adecuadamente para que atiendan su salud mental. Y no te olvides de escribir tus notas con mucha atención. 

Seguro- y fui a hablar con Zamani. Entré a hablar con él e inmediatamente me preguntó:

-Ya te quitaste de encima a esa monstruo? 

-Por un rato. Se supone que te tengo que referir a los servicios medicos especializados y alertar a las otras organizaciones sobre tus intenciones. 

-Y se te olvidó que tienes que decirme que tienes que romper mi expectativa de confidencialidad porque tienes que proteger una vida. 

-Exacto. 

Le expliqué todo a Zamani sobre el abogado. Pobre. Seguimos el protocolo, lo referí por supuesto. Quedamos en que volvería para tratar de referirlo a unos abogados de Londres. El me dijo que conocía abogados en Londres. Y Zamani se fue tranquilo. Muy tranquilo. Yo estaba contento porque me ayudó a controlar a Debby, que resultó ser mucho más complicada. 

Y pocas semanas después la jefa me llamó a su oficina. Tenía una cara indescifrable. Y me dijo. 

-Tengo dos noticias, una buena y una mala. Empezamos con la mala. 
-OK 
-Zamani se suicidó 
-Y la buena? 

-Te estuvieron investigando. Hiciste todo lo correcto. Lo referiste, alertaste a las autoridades competentes, tomaste nota de la ley de protección de la información y tus notas son perfectas. Todo muy profesional. 

-Gracias.