Muchos años después de la picada, el veneno que me dejó la serpiente aparecía de modos impredecibles. Aquella mañana, Deborah y yo estábamos en la puerta de atrás de la oficina, durante nuestro recreo para el almuerzo. Estábamos sentados mirando hacia el estacionamiento, cercanos a la salida de la autopista mientras ella se fumaba un cigarrillo. Esa salida la usé la primera vez que llegué a Yorkshire, muchos años antes, sin sospechar que iba a estar trabajando allí, en Leeds, una ciudad que se convirtió en mi hogar por muchos años.
Aquella mañana,
Deborah soltó este comentario:
- Solo una mujer sabe
lo que se siente cuando su cuerpo es penetrado por el miembro de un violador. -
La escuchaba en silencio, respetuosamente, absorbiendo su dolor. Cada quien
tiene sus fantasmas, pensé. Solo le quería mostrar mi comprensión, mi
solidaridad. Mi amor. Quise decirle “no es tu culpa”, pero sentí que era un
comentario estúpido, fácil de malinterpretar. Quería decir “encontraste un
monstruo en tu camino y te usó, fue un accidente, como una piedra que cae en tu
cabeza desde un edificio, simplemente encontraste un monstruo”. Pero todo lo
que se me ocurría me sonaba torpe, inapropiado. Así que me quedé en silencio,
respetuoso y sintiendo que tal vez el silencio también era torpe e insensible.
Decirle cuántas
personas pasan por lo mismo, o incluso peor que ella, sería inútil. No es lo
que ella necesita oír, pensé. Siempre hay alguien que sufre más, y siempre hay
alguien que rebaja tu sufrimiento comparándolo con el de los menos afortunados.
Yo no iba a convertirme en uno de ellos, por supuesto.
“Ahora estás aquí,
estás a salvo”. Es lo único que tendría que decir, y tomé su mano. Sacudió mi
mano, y seguí escuchando. Asumiendo su dolor. Sentí que tomar su mano fue muy
torpe. Su dolor se debió a que alguien dispuso de su cuerpo y tomé su mano.
Torpe. Insensible. Que idiota soy.
-No puedes entender
porque no sabes lo que es ser acosado toda tu vida, desde tu niñez, cuando ni
siquiera entendías que te acosaban.
Probablemente estaba
pensando en una ocasión que me mencionó antes en la cual un pedófilo le sonreía
mientras ella estaba en el autobús escolar y él estaba en su automóvil. Ella
notó, unos segundos después, que estaba masturbándose mientras conducía. Ella
no entendió del todo, pero entendió que había algo que estaba mal, repugnante,
censurable.
-No puedes sentir lo
que sentimos. - dijo Deborah, con un toque de orgullo. - tienes que pasar por
lo mismo (para entender), eres un hombre. Los hombres son los perpetradores.
Guardé silencio,
respetuoso. Sabía que era inútil decir que los pedófilos arremeten contra los
niños, tanto niños como niñas. Sería confrontacional decirle que los varones
también enfrentan pedófilos y juegos sexuales perturbadores destinados a crear algo
de humillación. ¿Para qué? Necesitaba apoyo y pensé que solo mi silencio
aliviaría sus recuerdos.
Así que guardé
silencio. Y la escuché. Y también escuché el eco en mi mente de su voz diciendo
“los hombres son los perpetradores”. Ese eco me dificultaba empatizar, ser
parte del grupo de las víctimas, ser igual. Yo era el enemigo en alguna parte
de su mente. Sentí la distancia.
Y tuve mucho cuidado
de no tomar su mano, porque los hombres son los perpetradores. De alguna manera
debo haber tenido una expresión diciendo “te entiendo”. Y ella reaccionó de una
manera que sentí ligeramente beligerante.
-Aun cuando las
mujeres no son víctimas, entienden. Son sensibles, emocionalmente disponibles.
Femeninas. Los hombres son duros o se les enseña a ser duros. Son diferentes.
Nunca entenderás lo que se siente ser abusado sexualmente….- siguió hablando
pero dejé de escuchar, solo escuché su voz acusatoria, mi mente distraída.
Miraba los coches que llegaban de la autopista, oía su rugido, pero no prestaba
atención al tráfico.
Mi mente volvió al día
en que me cogieron a mí. Mi cuerpo estaba adolorido por todas partes pero no
sentía tanto el dolor del inicio de la penetración, tal vez por la adrenalina,
el miedo, la ira. O tal vez no estaba lo suficientemente adormecido por el
dolor en el resto de mi cuerpo para evitar sentir el miembro del tipo que
intentaba penetrarme. Al principio no podía y el resto de los presos se reían.
Y finalmente, sucedió. Algo me entró por el culo y sentí la humillación de ser
consciente de que estaba pasando. Verga, me están cogiendo. Mi pecho estaba
ardiendo. No pude evitarlo. Quería llorar, pero no quería que me vieran llorar,
pero no podía parar las lágrimas, llora Mamita, llora Mamita, decían los demás,
riéndose, sumando humillación al dolor. Así que decidí concentrarme en una sola
idea: no fue mi culpa, no fue mi decisión. Fue porque este animal era un
monstruo, una bestia. Su decisión. Solo me concentré en lo que Julio Escalona,
un exguerrillero, me dijo que hiciera si alguna vez me torturaban: preservar
tu alma. Preserva tu alma, porque mi cuerpo no me pertenecía, no por ahora.
Deborah siguió
hablando, mis recuerdos no venían en el orden en que los recuerdo ahora.
Destellos aquí y allá. Ardor en el pecho. Pensamientos intrusivos. Y por
supuesto, el consejo para la supervivencia, las palabras de Julio, preparándome
para la tortura, si alguna vez ocurriera. Si estas vinculado al partido, puede
suceder.
El torturador, dijo
Julio, es una persona llena de odio y sabe que tu amas. Él no tiene ideales, y
sabe que tú los tienes. Sufre porque se siente inferior, ignorante, mezquino y
odia tu generosidad, tu sabiduría, tu confianza. Él quiere que seas como él. Él
es un monstruo, tú no. Básicamente, no quiere nada más que sentir que está por
encima de ti, y por encima de eso, quiere que seas como él. Él sabe cómo es el
mundo, tú no, por eso cree que te está enseñando una lección. Quiere que te
conviertas en un monstruo como él. Entonces, el único pensamiento que
preservará tu cordura es tu conocimiento de que el momento pasará, él será él y
tú serás tú. El momento habrá terminado. No vas a ser como él. Él es un
monstruo, tú no te convertirás en uno. Preservar su cordura es su objetivo. Y
para preservar tu cordura necesitas entender que fue un accidente. Nunca lo
olvides, un accidente.
Los destellos iban y
venían, la idea de Julio no, pero forma parte de mi armamento contra los
destellos y los complejos. Esa idea es poderosa, el momento habrá terminado,
pero eso no cambia la realidad. Su miembro entra, el momento no acaba, su
miembro entra y sale y al dolor físico se le suma la humillación, el pecho
ardiendo de ira, la vista de los presos riendo, dale duro dicen, llora Mamita,
llora Mamita. Dolor, humillación y asco, difícil decir qué es peor.
Todos estos recuerdos
vinieron a mi mente juntos, mezclados, con algunas fantasías de levantarme,
matar a los muchachos, golpearles la cabeza contra las paredes, contra el piso,
contra los bordes de las escaleras. Cuántas veces pensé en las formas en que
los mataría, los haría sufrir. Y de repente el flashback fue interrumpido.
-Es por eso que no
puedes entender. - Deborah concluyó el discurso. Quién sabe lo que estaba
diciendo. Ella tenía una conclusión, y yo no podía sentir como ella sentía, yo
era el otro, el perpetrador. Y necesitaba hacerle saber que no era el caso.
Un torbellino de
emociones se apoderaró de mí. Una parte de mí quería construir un puente,
convertirme en nosotros con ella. Simplemente sentí la necesidad de acercarme
al humano que sufre frente a mí. Otra parte de mí rechazó usar mi dolor para
apaciguar su ira contra mí. Ella me quiso meter en el saco de los victimarios.
Así que me sentí animado a contarle lo que me pasó mientras estaba detenido.
Entonces no lo hice. Y finalmente lo hice.
-En la cárcel me
violaron. - Le di detalles grotescos, mis piernas temblaban, escuché mi voz
quebrarse. Y de repente me interrumpió y me preguntó, como si no escuchara
nada…
-¿Fuiste violado?
Me sentí tan extraño
que ella estuviera preguntando algo tan obvio. Y la conversación terminó de
repente porque nuestro almuerzo terminó y tuvimos que volver al trabajo. Apagó
el cigarrillo y no me dirigió la palabra, salvo saludos, durante los siguientes
dos días.
Dos días después
Carolina, mi amiga española, me dijo que había intercambiado unas palabras con
Deborah. Se quejó de que le estaba hablando de cosas muy privadas, que la hacía
sentir incómoda. ¡¿Sentirse incómoda?!
¿Estás seguro de que
ella te dijo eso?
Sí, claro. ¿De qué
hablaste?
Cosas privadas, tenía
razón. Tal vez no debería
No podía creerlo. Pero
no podía ser mentira. Me temblaban las piernas cuando le hablaba, le estaba
regalando el alma, y para ella solo era un malestar… Tal vez no te escuchó,
pensé. Cuantas veces no escucho, me quedo encerrado en mi mente, tal vez ella
no escuchó…mis cosas privadas.
Obviamente tomé
distancia de ella. Cuando trabajaba, podía verla sentada en su escritorio,
concentrada, enfocándose en su computadora. Evité verla allí, intercambiando
miradas, ya que eran dolorosas. Afortunadamente encontró un nuevo trabajo.
También tomé distancia de cada mujer que hizo grandes declaraciones sobre la
feminidad. Soy un hombre feminista, y siempre lo seré. Pero era tan obvio que
necesito tomar distancia de mujeres como ella. Mujeres que odian a los hombres,
no que aman a las mujeres. Débora fue para el movimiento feminista lo que los
comunistas de cafetín fueron para las luchas sociales de nuestros pueblos. Ya
tomé distancia de los comunistas de cafetín. Por lo tanto, me prometí nunca más
contarle a ninguna mujer sobre mi experiencia si se ufanaba de ser superior en
su comprensión debido a su condición de mujer. Nunca más. Nunca. Era como darle
otro gusto al violador, era decirle que había tenido razón si hubiese dicho te
cojo y las mujeres no te van a respetar. Y Deborah terminó el trabajo. Quería
ir a su casa, pararme frente a su puerta, tocar el timbre, esperar a que
abriera y gritar:
-Coronaste el oficio
de violador. Terminaste su obra. ¡Vete a la mierda!
Por supuesto, no lo
hice.
Pasó el tiempo. Meses,
años. Superé lo de Deborah. Mantuve la promesa de mantenerme alejado de las
feministas pomposas, lo cual no fue difícil ya que también me mantuve alejado
de las grandes declaraciones de los comunistas de cafetín, de los cristianos
grandilocuentes, siempre dispuestos a abusar de su compromiso con Jesús, Dios,
el Señor, etc. Por supuesto que estaba en paz con las mujeres en general,
incluidas las mujeres feministas, y Katerina en particular.
Katerina, como la
llamé, Katherin, fue la siguiente mujer que conoció mi veneno. Simpática,
desenvuelta, sensible, sensual y con un
compromiso expreso con la justicia. No tardaría mucho en ilusionarme con haber
conseguido un alma gemela. Por supuesto, los caminos hay que recorrerlos poco a
poco y sin duda convertirme en pareja con una mujer significa compartir mis
pensamientos interiores, mis luchas, incluidos mis recuerdos y la forma en que
los proceso. Solo necesitaba mostrarle mi alma, o eso pensaba. Por el camino, Katerina
se fue mostrando muy comprensiva, empática. Ella también trabajaba en la misma
oficina, y Deborah se había ido el año anterior. Por supuesto, con su modo
eficiente de ser, encontró un nuevo trabajo, mejor pagado, y con más
responsabilidades. Afortunadamente ella estaba lejos de mi vista. Necesitaba asegurarme
de que nunca más mostraría la parte podrida de mi alma a otra Deborah. Y
Katherine estaba fuera de discusión. La suavidad de su voz me convenció. La
calma de sus respuestas, sus miradas, su total atención cuando hablaba, la
elección de palabras, los temas de conversación. Nada en ella me recordaba a
Deborah. De hecho, ya nunca recordaba a Deborah.
Mi amistad con
Katerine se hizo cada vez más cercana. Caminábamos juntos desde la oficina
hasta la estación de tren. Muchas veces nos tomábamos una cerveza después del
trabajo y tuvimos conversaciones que nos acercaban más y más.
En química, se sabe,
cuando las cosas se mezclan, tarde o temprano llega el punto de reacción, y
todo cambia. Para nosotros llegó una tarde mientras estábamos en la estación de
tren de Leeds. Ella estaba esperando su tren a Bingley y yo, el mío a Saltaire. Por alguna razón, los
trenes se retrasaron y nos quedamos charlando, y ella, nada raro entre
nosotros, me tomaba el brazo y la mano mientras me hablaba. Pero el punto de
reacción se acercaba y ella comenzó a mirarme los labios; y de pronto se quedó
fija, mirándome. Noté como se mojaba los labios con la lengua de vez en vez, y
empecé a disfrutar con cierto morbo que me tocara el vientre varias veces, todo
esto de pie en la mezzanina superior de la estación. Perdía el hilo de lo que
me decía cuando me agarraba la mano cuando hablábamos: lo hacía mucho más
tiempo del normal. Mi deseo por ella comenzó a crecer, pero las siempre turbias
fronteras entre la amistad y el deseo me frenaban.
Cálmate, me dije, te
estas ilusionando con lo que no puede ser. Es una colega, una amiga, no eches
todo a perder. Pero el cuerpo de algún modo desobedece y a cierto punto ella
notó, o eso sentí, que yo observaba sus muslos con ganas de hundir la cabeza
ahí abajo, entre esas piernas tan deliciosas. En fin, las señales del deseo se
hacían cada vez más evidentes. El deseo se acumulaba resquebrajando las
barreras y mandando señales distintas a lo que hablaba. Hasta que llegó mi tren
y ella con cara de pícara se montó conmigo, camino a Saltaire. No cogió el tren
para ir a su casa, se vino conmigo. Ella lo hizo. El tren viajó a la velocidad
de la luz, el tiempo desapareció. Me hablaba y no sabía qué decía, solo quería
besarla, penetrarla.
Ocurre que llega el
momento que yo no sé qué me dice la hembra que tengo enfrente. El instinto se
apodera de mí, el feminismo se apaga, no entiendo nada, el cerebro se apaga, ella
habla, trata de impresionarme con su inteligencia y de nada sirve, solo quiero
cogérmela. Pero no lo hice. Las pocas neuronas funcionantes, que son pocas, insisto,
me impedían dar el primer paso, siempre me lo impiden, una madre feminista se
metió unas restricciones en mi super ego. En alguna parte de mi cerebro hay
unas dendritas de metal, o lo que sea
que me pase, aunque pierda la consciencia, me comporto, increíble pero me
comporto bien, y espero que ella dé el primer paso. Y así hice. Pero como ella no dio el primer
paso en el tren, no me la cogí allí mismo.
Llegamos a Saltaire,
hoy patrimonio cultural de la humanidad, un barrio pintoresco de Bradford. Nos
detuvimos en un bar que otrora fue una estación de tranvía, una joya. Tomamos
algo, picamos, salimos y empezamos a caminar hacia no sé dónde y el momento del
beso llegó cuando por fin ella se hartó de esperar que asumiera mi rol de
macho. Ella eligió el momento. Decidió pararse frente a mí. Decidió inclinarse
hacia mí, mirándome a los ojos, mirando mis labios, sonriendo.
Sin embargo, después
del beso, la revelación sobre los rincones podridos de mi alma la tengo que
sacar a la superficie. No lo puedo evitar. Es como necesitar hacer una
confesión. No puedo construir una relación si mi pareja no sabe, desde el
principio, que soy un hombre con una gran cicatriz en el alma, la cicatriz de
la violación, de la humillación. Es parte de lo que soy yo. Caminamos juntos,
nos tomamos de la mano y llegamos a un banco en un parque. El día brillaba, la
escena era perfecta. Inglaterra es un país lluvioso, pero allí se aprende a
apreciar los días soleados, como aquel, perfecto. Perfecto para la verdad. Sentí
amor tan intensamente, y sentí miedo. Miedo al rechazo.
De nuevo la voz se
quebró, de nuevo me temblaban las piernas. Tuve que sentarme en el banco. Una
vez más traje de vuelta los recuerdos que tanto traté de borrar. Algunas veces
los recuerdos volvían, inesperadamente, sin invitación y me hacían sudar, me daban
miedo. Y quería que Katerina conociera a este fantasma, uno de mis fantasmas, y
ella escuchó. Ella prestó atención. Ella escuchó la historia completa. No
corría a atender compromisos de trabajo. Tan diferente de Deborah. No me
preguntó si me violaron. Ella era perfecta. Me sentí amado, aceptado. Cuando
nos pusimos de pie, ella me abrazó. Un abrazo profundo, fuerte y apretado. Y
ahora que conocía mi lado oscuro, estaba listo para hacer el amor. Ya había
expurgado el veneno que dejó la serpiente.
Empezamos a pasear,
caminamos de la mano, mi cuerpo se despejó de adrenalina, de miedo al rechazo.
Estaba listo para confundir mi cuerpo con el de ella, para besarla por todas
partes, para sentirme uno con ella. Y el momento del sexo desenfrenado era
inminente cuando llegamos a mi apartamento. Estaba tan emocionado, mi corazón
latía con fuerza, y se fundía con los pulmones, hígado e intestino en un
torbellino de apetito, de hambre por su cuerpo. Ella mientras tanto algo me
decía, como si hubiera algo que decir, en fin, no entiendo nada cuando estoy
así, claro que yo no entendía, el cerebro apagado otra vez. Agarré su mano para llevarla hacia la
habitación.
Me contradijo. Señaló
el sofá, así que no traté de llegar a la habitación. Su lenguaje corporal me
indicó claramente que no quería hacer el amor. Como no era fácil descifrar sus
gestos, vinieron las palabras en su rescate
-Ahora no. - dijo
ella.
-No te preocupes, no
hay necesidad de apresurarse. - respondí de inmediato, para aliviarla de la presión,
como si fuera fácil para mi entender...
Tal vez ella tiene el
período, pensé. Tal vez ella es como Isabel, nunca tendría sexo con el período.
Sabía, con mi típica buena intuición y gran optimismo, que era un inconveniente
menor, del que ni siquiera valía la pena hablar. Sin embargo, los días
siguientes se aclaró la situación. Y por si el lenguaje corporal no fuera
suficiente, llegó la temida sentencia.
-Te veo como un amigo.
Temo esa frase.
Llegará el día en que te responderé,
-También te veo como
un amigo. No quiero casarme contigo, solo quiero follar.
¿Cómo puedo ser amigo
de una mujer que se niega a verme como un hombre? Estaba seguro de mi
interpretación. El deseo sexual se había acumulando entre nosotros y nos
besamos. Simplemente cambió de opinión después de enterarse de mi accidente.
Así que volví a sentir la misma horrible sensación, confusión. Una vez más, el
violador ganó. Una vez más, pude verlo reír. Una vez más, los compañeros de
prisión se reían. Nuevamente, vi a la bestia riendo, con el diente que le
faltaba, riendo y diciendo te cojo ahora y ninguna mujer te respetará de nuevo.
El veneno que dejó la serpiente se reprodujo después de estar casi extinguido.
Lentamente tomé mi
distancia de Katerina. Sé que ella no es una mala persona; sé que ella puede
cuestionar sus propios sentimientos, sé que todos tenemos contradicciones ya
veces nuestros sentimientos y gustos traicionan nuestras convicciones. No
siempre puedes reorganizar el cableado de tu cerebro. Puedes convertirte vegetariano
pero te encantan el olor del tocino. Sucede. Puedes ser filosófica y
políticamente antirracista, pero no te atrae la persona del color equivocado,
sucede. En fin, ella no podía verme como un hombre, después de enterarse de mi
accidente. Sucede. Y lo que tengo que entender es que nuestro cerebro tiene un
cableado hecho de cierta manera, y no siempre puede obedecer a lo que está en
el programa sofisticado de nuestras convicciones. El cableado obedece a
instintos y a veces estos no se pueden reprogramar del todo. No puedes hacer
nada contra ese cableado, está mal hecho, es todo. Asúmelo, me dije
Pero era difícil para
mí ser basura. Puedo ser capaz de entenderla, intelectualmente, pero es difícil
ser descartable. Tomé mi distancia, lentamente. No quería una ruptura, no
quería herir sus sentimientos. La buscaba cada vez menos. Ella también parecía
haber perdido interés en mí.
Y llegó el día que no
la llamé. Estaba triste y miré mi teléfono, miré su número, para llamarla.
Quería hablar con alguien. No la llamé. Estaba caminando por el sendero que
bordea el canal en Saltaire. Triste. Muy triste. Pero me decidí. “No vuelvas a
hablar del accidente”. Nunca. Nunca más. Julio Escalona se equivocó. O al menos
no te dijo toda la verdad, que es que estás solo, solo, muy solo luchando
contra el torturador. Estarás solo para siempre, ni siquiera Dios estará de tu
lado. Nada. La vida es brutal. Tuviste tu tajada de brutalidad. Nada que puedas
hacer.
Mantener el secreto.
La única forma de vivir con dignidad era mantener todo en secreto. ¿Por qué
tengo que decir quién y cómo me penetraron el culo? Eso es trivial. Solo es
importante porque lo hago importante al sentirme humillado, al permitir que
estos sentimientos crezcan dentro de mí. No hay verdad porque esa verdad no es
importante. La única verdad importante es mi vida, mis luchas, mis victorias,
no ese accidente. ¡Es un accidente!
Y el cableado que tengan los demás, eso también es un accidente. Es un defecto
de nuestra especie. Un error. Así que lo único razonable es el secreto. Y ya. Eso
me dije
Pero también me dije
que si alguna vez conozco a una mujer inmune al veneno, y se enamora de mí, la
dejaré sentir todo el poder de mi amor, que es mucho. Ella sentirá también mi
disposición a aceptar todo de ella. Puede que encuentre la manera de hacerle
sentir que todo mi ser está involucrado en aceptarla, todo lo que venga de
ella, todas sus debilidades, todas sus vergüenzas, todo. Yo tuve que
reprogramar el cableado mío para aceptarme a mi mismo, y por eso podré amar a
mi amante como nadie. Soy mas fuerte. He resistido. Estoy reprogramado. Tengo
antídotos para venenos muy potentes. Lo sé.
Y de nuevo pasaron los
años. Sobreviví a la muerte del monstruo Zamani, las luchas de los Bajunis, el
suicidio de mamosta, el Brexit me volvió loco, Mohammed tendría acceso a todos
sus cupones, me culparon de la muerte del bebé de Hirut y del estrés de
Jonathan, finalmente maté a Charlotte. Tuve suficientes traumas nuevos como
para olvidarme de Venezuela... y luego, cuando vi el cadáver de Sofía, decidí
escribir sobre ella. Sería tan fácil sentarse en el jardín y escribir sobre
ella. Reservé un vuelo a Sicilia. Y me fui.
Mi ciudad de elección
fue Palermo. Fenicia, griega, romana, árabe, bizantina, normanda, española y
finalmente italiana. Restos de lo mejor y lo peor del mundo occidental están
aquí, presentes en sus construcciones, cultura y, muy importante para mí, en su
gastronomía. Cercanía a montañas para escalar y mares para nadar. Cuando
aterrizaba el vuelo de ida que reservé a Sicilia, sentí una gran emoción al ver
el monte Pellegrino, el mar a un lado, la ciudad al otro. Como Caracas. Aquí
voy a escribir los cuadernos de Sofía.
Será más fácil
escribir la novela de Sofía ahora en Palermo, tal vez con una amante a mi lado,
una amante italiana con la que he estado fantaseando. Apasionada y sensible,
diferente a las mujeres que conocí en Inglaterra.
El sol del mar Mediterráneo
refrescó mis pensamientos. Y conocí a una poeta, Helene.
Helene era ciertamente
diferente. En primer lugar, hablaba francés y su inglés tenía acento francés,
lo cual me encantó. Entonces ella era tan diferente a la gente que conocí en el
Reino Unido, sobre todo, importante para mí, no necesitaba emborracharse. Tal
vez podremos convertirnos en buenos amigos, pensé poco después de conocerla.
Escuchó sobre muchas de mis luchas en la vida, atenta. Por supuesto, mantuve la
decisión de nunca revelarle mi forma de lidiar con los recuerdos del accidente.
Podría hablar de todo, no del accidente.
Su compañía sanadora curó
mis heridas, me trajo alegría, y no era para menos. A Helene le gustaba pasear conmigo por la
marina del puerto de Palermo y por el adyacente Foro itálico, un maravilloso
bulevar junto al mar. Caminábamos por allí disfrutando la vista de las montañas
que me retrotraían a los Andes, del mar, que siempre me rememora mi infancia en
el caribe, de la ciudad vieja cercana y los edificios lejanos de Bagheria, la
ciudad que fue escenario de muchas tomas de la película Cinema Paradiso, que
siempre aparecía en nuestras conversas. Caminábamos y oíamos la algarabía de la
ciudad a lo lejos, condimentada con el sonido de las olas rompiendo contra las
escolleras. En las arboledas y jardines de la rambla siempre se veían niños
jugando, adolescentes charlando, ancianos caminando, amantes besándose y
personas de mediana edad haciendo ejercicios al azar aquí y allá. Algunas
personas haciendo yoga. Estábamos en esta frontera de la ciudad con el mar
cuando ella empezó a mencionar la parte de sí misma oculta a los demás, el lado
oscuro de sus recuerdos. Entonces supe que ella también tuvo un accidente, como
el mío. Terminó en un hospital, en Canadá. Y ella siguió adelante. Lo superó.
Ella dijo que lo superó.
El día que me contó de
su accidente volvimos al hostal con un silencio con el cual pensé que le hice
sentir que su dolor se había incrustado en mi pecho, en mi conciencia. Pero el
momento pasó, el día pasó. Y volvimos a ir, por supuesto. En cada ocasión,
viendo los mismos amantes o quizás otros, los mismos yoguis, u otros, las
mismas caras, o parecidas y, por supuesto, en cada oportunidad estuvimos
hablando de nuestros sueños, de su libro, de sus poemas. De sus expectativas en
la vida. En fin, conocer los demonios que tenía empotrados en el alma hizo que
nos acercáramos más y más.
Recorrimos todas las
calles de la antigua Palermo, y escuché sobre ella, lo que ella quisiera
decirme. Por supuesto también conseguimos el tiempo para que yo pudiera asimilar
sus poemas, que ella me leía para que entendiera bien, pues mi francés no es
tan bueno. También pude leer y escuchar sus poemas del libro rojo. Y la parte
roja de su libro rojo. Y por supuesto hablé de mí, no del accidente, por
supuesto, pero sí compartí mis pensamientos, el monstruo Zamani, los cupones de
la Cruz Roja, Hirut y, sobre todo, los cuadernos de Sofía. Nuestra amistad se
mantuvo fuerte. Y del accidente, nada. Nada de nada. De eso jamás.
De vez en cuando
Helene salía de la ciudad para visitar otros parajes de Sicilia, y siempre
volvía con un cuento especial. No porque pasara algo especial, sino porque todo
lo que ella vivía lo contaba de modo que parecía especial. O yo lo sentía
especial. En fin, yo la esperaba con impaciencia cada vez que iba a otra
ciudad, a otro pueblo, a otra montaña, a otra playa. Casi la esperaba con
frenesí. Hasta que llegó el día que, de regreso de Messina, me pidió que
compartiera la habitación conmigo en el hostal, ya que yo era la única persona
con una habitación privada en ese albergue y estaba completamente reservado.
Estuve de acuerdo sin dudarlo y a sabiendas que la propuesta no tenía
implicaciones eróticas. De hecho, cosa rara en mí, conocer sus pensamientos
íntimos no me hizo desearla. Tal vez me estoy haciendo viejo, quién sabe.
-Crees que pueda
quedarme en esta cama supletoria que tienes en tu habitación.- Dijo mirando el
diminuto sofá.
- Sí, por supuesto,
creo que al propietario no le importará que te quedes allí, incluso cuando el
albergue tenga una habitación. Y gratis. A lo mejor ni te cobra…
- Tendremos muchas
conversaciones también antes de dormirnos.
- Y por supuesto, me
encantaría tener un compañero de charla en esta sala, en cada ocasión que
vuelvas de tus aventuras sicilianas. Y te puedes ahorrar algo de dinero.
-No lo hago por el
dinero, pero ahorrar algo no me vendría mal.
El día que descubrí
que también en Sicilia las serpientes pican, Helene había ido a Taormina. Esta
es una antigua colonia ateniense donde los helenos antiguos construyeron el
teatro más espectacular del mundo. Al fondo del escenario se ve el volcán en
permanente erupción, por una parte, y el mar por la otra. Disfrutó de la vista
del volcán, tomó las fotos de rigor, se armó de poesías y comentarios para el
libro rojo y de regreso trajo todas sus pertenencias a lo que debería
convertirse en nuestra habitación. Comimos juntos unas papas fritas y maníes, y
ella empezó a organizar sus pertenencias en el armario, sin saber lo que me
aguardaba. Yo esperaba impaciente su cuento y en cuanto terminó nos sentamos
juntos en su sofá-cama. Me entró un deseo intenso de intimidad. No de sexo,
solo de intimidad. Estaba claro que ella era la única con la que podía
compartir el infierno que pasé, pensé. Ella pasó por lo mismo. Ella tuvo un
accidente. Entonces los recuerdos de mi pasado se apoderaron de mi mente.
Entonces comencé a hablar. Ella estaba sentada en la cama y empecé a hablar sin
saber lo que vendría.
-Fui torturado.
Conozco el dolor de ser violado.
Una vez más, tuve este
sentimiento que tengo cuando comparto este momento. Nuevamente, mis piernas
temblaban, todo mi cuerpo temblaba. Y en esta ocasión, me quedé en silencio por
unos segundos. Esperé a que mis palabras se asimilaran. Quería evitar lo que
pasó o pudo haber pasado con Deborah, quería asegurarme de que las palabras se
asentaran, quería evitar que ella no oyera. Ella se quedó en silencio. Entonces
dije:
-Conozco el daño
principalmente psicológico, es la humillación, los recuerdos. El deseo de
retroceder en el tiempo y matar a los monstruos. La percepción que tienes de ti
mismo. El estereotipo. El etiquetado. El veneno que vuelve a reproducirse en tu
cuerpo cuando menos te lo esperas….
Silencio.
Largo silencio…
Entonces ella habló.
-Lo siento querido. No
puedo oírlo. Es autoconservación. Necesito ir a otra habitación. No es sobre
ti.
Y se fue a otra
habitación del albergue. Ella evitó hablar conmigo. Siguió organizando viajes
por Sicilia y ni siquiera me dijo cuándo iba a volver, y si iba a volver. A
veces se despedía, maleta en mano. No volvía con cuentos, no para mi. Siguió
disfrutando de sus vacaciones, yo sufría, yo trataba de entender, y cada vez
que la veía alrededor me dolía mucho el pecho.
No le hablé más del
tema. Y, de nuevo, sentí que mi virilidad fue cuestionada, aunque esta vez de
un modo que no entendía para nada. Me
sentí nuevamente traicionado. Volví a sentirme estúpido por hablar con las
mujeres al respecto. Y me dije: otra serpiente, y muy venenosa. Nunca más,
nunca más, nunca más.
A partir de ese
momento me cerré a la esperanza de encontrar una mujer para mí. Nunca más
regalaría mi alma. Entonces te conocí, Celine. Me hiciste estar en paz con las
mujeres, con el feminismo, con la vida. Me diste la fuerza y la inspiración
suficiente para el esfuerzo que necesito para escribir la historia que voy a
escribir después de terminar la historia de Sofía. Si alguna vez salgo del
infierno, escribiré sobre ti, Celine. Tu historia está pendiente.
Me ayudaste a sanar mi
dolor. Me tomaste de la mano cuando te hablé del accidente y me hiciste sentir
que sufrías conmigo. Pero el momento pasó, y en la cama me trataste como a un
hombre que te desea. Me diste la oportunidad de amarte, de hacer el amor, de
ser un hombre contigo. Me dejaste alimentar tu apetito, pude excitarte, me
dejaste besar cada parte de tu cuerpo, me dejaste saborear el sabor de todos
tus jugos. Disfrutaste verme probar los jugos que extraje de tu cuerpo,
diciéndote que todo lo recibo de ti. Disfrutabas de que te penetrara con la
fuerza de una bestia y también disfrutabas de las dulces palabras que susurraba
en tus oídos cuando nuestros cuerpos aún estaban húmedos y sudorosos. Me
abrazaste cuando teníamos frío, me abrazaste cuando tenía frío, tomando cada
parte de mí. Querías que explorara lo que creías que estaba prohibido para mí.
Disfrutaste que yo disfrutara de tu cuerpo, y yo disfruté que tú disfrutaras
del mío.
Sin embargo, lo mejor
fueron las conversaciones compartiendo la almohada. Hablar contigo fue muy
liberador. Necesitaba revelar los demonios, primero, pero una vez enjaulados,
quería que conocieras mi alma de niño, todavía escondida, y que no se ve detrás
del intelectual autosuficiente y culto. Quería que recibieras todo de mí, para
poder recibirte también. Con todo. Te tragaste mi veneno, lo escupiste y me
diste la oportunidad de empezar de nuevo. Te amo.
-Deberías escribir
sobre eso, eres muy bueno contando historias. -dijiste
-Pero no puedo hablar
de mí con honestidad, hay demasiada mierda.
-Quizás lo mejor sería
hablar de mierdas parecidas, no exactamente tuyas.
Ese fue el momento en
que pensé que eras la mujer adecuada para estar al lado de un aspirante a
genio. Pensé: “Tú eres el genio; yo soy el carpintero”.
-No importa quién sea
el genio, lo importante es crear una obra maestra sobre la intimidad de los
amantes. -dijiste, adivinando mi pensamiento.
Sabía exactamente lo
que querías decir. Tu aceptación de mis monstruos internos llenó mi alma con el
deseo de abrazar los tuyos, especialmente si te sentías avergonzada por ellos.
Aprendiste sobre mis accidentes, yo quería aprender sobre los tuyos y aceptar
la forma en que los enfrentaste. Nuestro vínculo emocional recíproco construyó
un deseo de una sexualidad que expresaba nuestra complicidad.
-No hables aquí de
sexo tan explícitamente, déjalo para otro libro. - dijiste cuando leíste esta
parte. Así que lo borré. Pero quiero dejar una línea, al menos sobre lo
increíble que fue el sexo oral.
-Borra eso. Este no es
el libro para escribir esto. - dijiste.
-Entonces aquí hablo
del accidente, y de la forma en que lo afronté.
-No exactamente de cómo
fue, estás loco, solo cambia los detalles. Invéntate algo.
-Los lectores no
sabrán qué es verdad y qué inventé. Es como si estuviera jugando con ellos.
Algunas personas estarán muy molestas.
-¿Y qué? Es literatura
-Entonces, ¿cómo
empiezo?
-Solo escribe esta
oración, en un diálogo: “Solo una mujer sabe lo que se siente cuando su cuerpo
es penetrado por la verga de un violador”.
-¡Eso es demasiado
duro! Y sería un impostor si escribiera esto.
-No importa si lo
eres. Bueno, podrías citar a un personaje, en un diálogo. Podrías decir que fue
Deborah. Ah, y agrega un párrafo antes de esa frase.
-Me encanta tu
complicidad. Hubo momentos en los que pensé que no existías, pero siento que
estás, me estás leyendo. Estás allí, pensando conmigo. Sintiendo conmigo.
-Sí existo, tu crees
que estoy aquí, en tu imaginación, pero estoy aquí. Las escenas de amor no las viví con la piel,
pero estuve contigo. Casi me metí en el cuento que leí. ¿No me sentiste?
-Sí, claro. La
historia la viviste a tu manera, y yo disfruté sabiendo que lo hiciste. ¿Y si
el lector fuera un hombre?
-En ese caso, no te
preocupes: si llegó a este punto, tendrá empatía. Me entenderá y te entenderá.