La
oposición venezolana tiene que entender una cosa: a este régimen hay que
derrotarlo por paliza electoral, de lo contrario seguirá haciendo trampa. Y es
que cualquier victoria que se logre ahora, si es que se logra alguna, tendrá
que pasar, tarde o temprano, por la prueba de las elecciones nacionales, donde
no parece que la oposición tenga una mayoría significativa.
Un
poco de historia. La oposición ganó las últimas elecciones, por un margen muy
pequeño. Pero la oposición no pudo hacer valer su mayoría debido al control férreo
de las instituciones por parte gobierno. Y esto tenemos que metérnoslo en la
cabeza: o es paliza o nos hacen trampa. Y hace trampa y seguirá haciéndola
porque no cree en la democracia y va a usar todos los subterfugios posibles
para asirse del poder.
Así que, después de las elecciones, Capriles se retiró a acumular fuerzas, por una
parte agotando los recursos legales de la denuncia, y por otra parte
consolidando los espacios de poder ya conquistados para poder avanzar en el
afianzamiento de los liderazgos locales. La estrategia es la correcta para
enfrentar esta dictadura de fachada democrática y electoral. A partir de allí,
el problema principal ya no es el gobierno, sino la oposición.
Por
una parte hay una oposición que quisiera una solución militar. El sector
militarista de la oposición, que no tiene expresión en el liderazgo de la oposición,
no ofrece una solución y son solo un
estorbo en la lucha política. Ellos
tienen que entender que los militares son, en este país de 1800 generales, la
clase dominante del país, junto a la burocracia del gobierno. En consecuencia, una solución militarista sería solo capaz de
substituir la burocracia bolivariana por una burocracia tecnocrática en el mejor de los casos. Ya
para ganar apoyo popular, la tecnocracia militarista probablemente sería
significativamente similar a la chavista. La ceguera anticomunista de sectores
de la oposición militarista no les permite intuir esta realidad que nadie
quiere. Muy pocos quieren substituir el madurismo por el pinochetismo.
Hay
otro sector opositor, democrático incontinente, que quiere inmolarse en las
calles hasta que cambie el régimen. La estrategia de la salida tiene un rol
fundamental que la oposición moderada no suele reconocer: al mostrarle los
dientes al gobierno, hace la represión difícil. Sí, hay represión contra los
manifestantes, pero no hay la represión sistemática que existe en países como
Cuba o anteriormente en el cono Sur, donde el estado se mete en la casa de noche y
te desaparece. Pueden disparar, pueden
encarcelar a algunos, pueden incluso montar un sistema de espionaje masivo,
pero la gente en la calle desacredita la capacidad represiva del Estado, pierde
el miedo, y por lo tanto es posible que la oposición se organice , exista y
avance.
A
pesar de las virtudes que tiene, el problema de esta forma de resistencia
radical es que no se da cuenta de algo muy fundamental. La Venezuela urbana se
divide en dos clases subjetivas: los que se autocalifican pueblo, y viven en
barrios, y los que se autocalifan clase media, y viven en urbanizaciones.Y la
resistencia cívica en las urbanizaciones no suma respaldo en los barrios,
porque las banderas que levanta no provienen del barrio. Y los barrios son, y
seguirán siendo, la mitad de la población. Por lo tanto sus avances no conducen
a una batalla electoral victoriosa que consolide la victoria que se logre
ahora. A menos que se logre consolidar la libertad de los presos políticos, que
no es poco pedir, y es una precondición para que la lucha democrática continúe.
Y
esta lucha democrática tiene que nacer
del barrio, desde donde se aspira a la modernidad. No se trata de llegar a los
barrios, como dicen, sino de respaldar la emergencia del deseo de participar en
una sociedad moderna, con acceso tanto a empleo, educación y vivienda como a bienes y servicios de calidad.