domenica 17 gennaio 2010

Encuentro con la diosa (cuento)





Cuando la vi en el ascensor, entendí que mi vida sería miserable a partir de ese momento. Era ella. La primera vez que la vi fue una semana antes, cuando todavía no sabía en qué líos me metería. Estaba allí, justo en la acera de enfrente de mi edificio, en pleno casco urbano donde vivo, despachando risas contagiosas, mientras caminaba alegre con unas amigas. Bella, sensual y vivaz a más no poder. Se detuvo a comprar algo, verduras, frutas en un abasto. Yo me quedé en la acera de enfrente, viéndola. Todavía no sabía lo que me pasaría a partir de la semana siguiente.
Mi problema es la mandíbula asimétrica que tengo, la nariz un poco doblada, qué se yo. Es algo que se ve, y que está mal. O a lo mejor es algo que no se ve, pero debería verse. No sé. Las mujeres se fijan en tipos con más músculos, con la mandíbula más masculina, con la nariz derecha, y sobre todo, sin cerebro y con dinero. Y por eso me quedé viéndola desde la acera de enfrente, de lejos, tratando de no molestar. Yo estaba embelesado con su piel tostada. Con las caderas anchas de mulata y piernas carnosas y fuertes de tenista. Cintura era impecablemente estrecha y sus pechos medianos y naturales. Su rostro delgado y elegante y facciones de la misteriosa India contrastaba con su risa sonora y expresión pícara.
Miraba de lejos porque mi problema es que no soy galán, como mi amigo Gonzalo. El dice “qué bella estás hoy” y la bella, y me refiero a cualquier mujer bella de este planeta, se siente venerada y responde. Yo, en cambio, si digo “que bella estas hoy” entonces la bella me mira con cara de “ocupa tu puesto”, si es que me mira. Si el piropo se lo suelto a una amiga entonces el “ocupa tu puesto” es aún más descorazonador. Me dice, “gracias amigo”. Lo de “amigo” significa, que quede claro: “no se toca”. Amigo significa, tienes la boca torcida y te quiero mucho, muchísimo pero “contigo no”. Lizmary, Isabel, Ana Isabel, Ana María, todas amigas. Ninguna se podía tocar. Todas me dijeron, en algún momento, “amigo”. Por eso no puedo empezar una conversación con un cumplido. Tengo que hacer una pregunta. ¿Pero cuál?
Nunca sé por dónde empezar. Siempre he sido un tipo convencional, nunca rompo las normas. Me adapto para no molestar, y hago un gran esfuerzo para no llamar la atención. Me aterra decir cosas tontas en las fiestas y asiento cuando no sé qué me dicen porque igual sé que nadie dice nada interesante, pero yo sé que yo tampoco. No llego tarde para no disculparme, porque mis excusas pueden ser horrorosamente embarazosas. Y no soporto que se burlen de mí y por eso intento no discutir: me sumo a la mayoría y permanezco en silencio. Soy cobarde, además. Tan cobarde que hasta me asusto cuando veo una película y un personaje osa hacer algo indebido y podría ser descubierto por su amante. Lo mío serían los amores seguros, si existieran. Por eso cuando la vi y noté lo que sentí, me sentí perdido, era la hora de la perdición. No me podía pasar como en todos mis amores pasados. Esta vez algo tenía que pasar o seguiría hasta la muerte en este apartamentico caraqueño con vista al Avila.
Este tipo de cosas ocupaban mi mente. No por casualidad cuando la vi en el ascensor perdí la respiración como me pasa siempre cuando tengo una mujer hermosa en frente mío. No sé si soy un pervertido, un imbécil, un enfermo, un morboso. Así soy yo. No sé bien lo que digo, si es que digo algo, tampoco sé lo que pienso, porque no sé ni siquiera sé si pienso. Sólo siento el corazón acelerado, el pecho caliente, las ideas confusas, el miembro preparándose para un ataque que no ocurrirá. Un desperdicio de energía. Pero esta vez fue algo diferente. Me armé de fuerza y, cuando la vi en el ascensor, logré decir una frase. Esta vez sí, por fin, una pregunta heroica:
“¿A qué piso vas?”
“Al quinto….me acabo de mudar”.
Ya sé que a Gonzalo se le habría ocurrido algo mejor, más varonil. Pero eso me bastó. De hecho, me clavó la mirada. Con ternura, amor, deseo. El ascensor se detuvo en el cuarto piso. Me bajé y dije “hasta luego”. “Hasta luego”, dijo.
Le hablé. Me atreví. A la mismísima mujer más bella del mundo, a la mas divina. A la de la mirada pícara. “Al quinto…me acabo de mudar”. El momento se repitió una y otra vez en mi recuerdo. Mientras conseguía las llaves de mi apartamento. Mientras abría la puerta. Mientras entraba. Cuando entré. Y todo el resto de la noche: “al quinto…me acabo de mudar”. La mirada intensa, eso fue lo que me desconcertó. No fue mirada de “amigo”, no. Había fuego. ¿Habrá sido producto de mi imaginación? me pregunté, pero no, no pude ser. Nadie mira así sin querer decir algo. Y además ¿qué quiso decir con me acabo de mudar? ¿Que la visite? ¿Que le suba unos limones, que le pida azúcar? ¿Que simplemente le diga, hola, estoy a la orden vivo abajo, apartamento 42?
si, eso es”, pensaba, “voy arriba, le toco el timbre y le digo, hola, vivo abajo y estoy a la orden”. Y allí es donde empieza el problema, porque en vez de pensar lo que iba a hacer, empezaba a imaginarme lo que quería que ocurriera, esto es, me regodeaba pensando que me decía, “sí, que amable, pasa adelante, tómate un café….y al rato se me desnuda enfrente y me invita a un polvo. No joda, eso es lo que me pasa siempre, tengo una mente fantasiosa, no hago planes, me monto unas películas de cosas que no pasan. Pura imaginación. Nada.”
Allí di con el gran paso. “Eso es. Subo y le digo que estoy a la orden. A lo macho… porque de pronto no es la mandíbula desencajada, ni la nariz ladeada, sino ese modo de ser tan poco agresivo, tan respetuoso, tan poco viril. No tiene sentido biológico. La hembra busca la determinación del macho y yo vengo con estas mariconerías y por eso las mujeres se espantan, me salen con el <> o peor aún con el <>, especialmente las bellas, porque son las que pueden escoger y no me van a escoger a mi si ando babeado, tartamudo y demás”.
Busqué las llaves, la billetera, me puse colonia, no mucha, mi mejor camisa, pantalón recién planchado. Abrí la puerta con energía. “Ahora soy otro. A partir de hoy, duro. Determinado. Fuerte. Seguro. Macho. O cambio o me quedo célibe para siempre. O le echas bolas o no tiras nunca”. Salí. Cerré la puerta. Me volteé y miré con confianza de triunfador el pasillo que terminaba en las escaleras hacia el quinto piso. Di tres pasos y me sentía un triunfador, y justo cuando iba a subir, uff, me entró un calorón de pronto. “Verga subir así como así a la casa de la diosa, así como si nada, como se me ocurre. Y menos sudando. En fin, que subiría pero no si el cuerpo no me responde y me pongo a sudar. Y me dan palpitaciones, además. Mejor me regreso. Un pajazo y se me quita esta angustia. Eso es”. Y volví a casa.
Me fui a la ducha directo. Descargué el exceso de energía. Traté de ver la televisión y no pude concentrarme en nada. “Eres un estúpido, un güevón, un pajúo. Tienes 25 años y no has tocado mujer. Increíble. Y seguirás así. Mejor me tiro por la ventana y me mato. O me tiro a los rieles del metro. No joda. Mejor me voy a la casa de la diosa, ahora mismo. Tomé llave, billetera, colonia, todo igual que antes. Llegué hasta las escaleras”. Subí. “Y ahora me tocaba tocar el timbre”. Pensé un rato. “Toco el primero, si no es entonces el otro, y el otro, hasta que doy con el que es”.
Justo en ese momento, qué más podía esperarse, me entró otra vez el calor en el pecho, la taquicardia. El sudor. “Uff, así no se puede, mejor espero un poquito”. Me regresé a la escalera y decidí esperar a que por un milagro se abriera la puerta.
Y de pronto ocurrió. Empecé a escuchar el ruido de las llaves contra la cerradura. Me escondí un poco un poco debajo de las escaleras para ver la escena, y aparentar que subía por accidente. “Eso sería perfecto, ella sale y yo me le aparezco ocupado en otra cosa pero la veo y aparento sorpresa, sorpresa agradable claro, y le digo hola, otra vez, que casualidad, por cierto vivo debajo de ti y estoy a la orden. Si necesitas algo me dices. Coño, otra vez el calor, el pecho, la taquicardia. Me voy a morir de un infarto, no joda y todavía sin tirar. Nada. La cerradura se desbloqueó. Abrió la puerta, y escuché el rechinar de las bisagras. Se cerró. La taquicardia iba a ritmo de infarto pero sin infarto porque era muy joven para eso y total que miré bien. No era ella. Era otro vecino. “Nada. Esperaré más.”
Esperé casi una hora. Pensé de todo y de pronto escuché el ruido inconfundible que hace nuestro ascensor cuando se detiene. “a lo mejor es ella, quien sabe, a lo mejor salió a comprar frutas y vuelve y ahora va a su casa, justo ahora. Yo aparento que vengo subiendo por casualidad y digo hola, que tal, otra vez nos cruzamos, que casualidad. Y ella me invita, y entro a su casa”. Más taquicardia y calorón. Se abrió el ascensor”. No era ella.
Seguí esperando en las escaleras. “Ya la veré. No puede ser a la primera. Todos los amores tienen sus historias, y a lo mejor la que me toca es esta”. Pensaba, es decir, fantaseaba cosas, porque eso es lo que me pasa, que en vez de pensar cosas, fantaseo, y las fantasías sustituyen a la realidad y entonces no me encargo de cambiar la realidad porque no me siento terriblemente frustrado al imaginarme la realidad distinta. “Pero las cosas no pueden seguir siendo así, tengo ya 25 años y no he tocado mujer alguna y es verdad que las fantasías están disponibles siempre, pero quiero una mujer real, que me quiera de verdad, que pueda hacer de todo con ella y sobre todo, que me pida que le haga de todo”.
Al despertarme al día siguiente decidí que el acecho iba con todos los hierros. Compré galletas de soda, leche de larga duración, unas botellas de agua y puse todo en el pasillo ya que no podía perder tiempo entrando en la casa para buscar comida. Esos minutos eran valiosísimos. Además decidí no preocuparme si los vecinos me veían allí, con un montón de bolsas. Pero igual consideré conveniente que no me notaran acampado para que no me preguntaran. “No vaya a ser que justo en ese momento aparezca ella y algún inoportuno me pregunte si me he mudado al pasillo o a las escaleras”. Del resto, todo igual con los vecinos, los calorones y las taquicardias. Y ella nada. Así son las diosas, pensaba, justo voy al baño y ella se va….o viene.
El jueves decidí que no iría al baño. Bueno, la necesidad fisiológica no se puede evitar pero ir al baño es otra cosa. Así que tenía varias botellas de gaseosas donde podía rápidamente orinar y luego echar por el bajante de la basura. “Caben cinco litros de meado. Perfecto”. Pensé que había ganado un tiempo valiosísimo en guardia. Y la diosa no aparecía.
El lunes por la mañana llamé a la oficina. “Tengo una infección gravísima, les llevo el parte médico: Me dieron reposo de una semana”. Me creyeron así que la semana siguiente se repitió, al menos de lunes a sábado. Al domingo siguiente todo cambió. Bajé a comprar jamón, queso y pan, mi nueva dieta de comida rápida que me permitía seguir con mi acecho. Al entrar al edificio noté que ella venía. Caminaba desenvuelta, contoneándose. Miraba hacia los lados sin detener su atención por nada. Dos semanas de cacería y ella se aparece por accidente, y así. Mejor, pensé. Me hice el que buscaba las llaves para darle tiempo a que llegara. Y al llegar, no conseguí las llaves, ni las palabras. Ella simplemente abrió la puerta y entró. La seguí hasta el ascensor donde entró ella también y rápidamente le dije:
Al quinto piso ¿verdad?”
Sí. ¿Cómo lo sabes?
Me contaste hace dos semanas que te acababas de mudar…”
Ahh si…es verdad. Pero no estuve en casa estas dos semanas. Qué divino”.
Divino… ¿Y por qué? le pregunté.
Mi luna de miel” me dijo.
Me pareció injusto. Ella me miró y dijo: no hay nada que hacer: está escrito. A mí esos comentarios esotéricos me parecen tontos, pero le seguí el juego y me explicó: todo lo que hacemos está escrito en un cuento que escribió Fabrizio. El está chiflado y quiso que el cuento termine así. No hay nada que hacer.
Entró a su casa y me quedé afuera pensando que si ella tenía razón entonces lo único que tenía que hacer era seguir esperando en el pasillo. A lo mejor la historia tiene otro final. El tal Fabrizio podría estar chiflado, pero a lo mejor se apiadaba de mí.
Esperé y esperé y nada. Quise tocarle la puerta e invitarla a escaparse de esta historia, decirle que si no salía de su apartamento desaparecería de allí, sin ni siquiera morirse. Pero no pude. Algo superior me lo impidió.

5 commenti:

Anonimo ha detto...

buenísimo, chamo! Me encantó. estoy esperando el próximo cuento pero no dejes pasar demasiado tiempo, ok?

leila ha detto...

ah, me gusta mucho más este final!

amartecreative ha detto...

Está bueno FAbi, jejeje si inventas chamo... jajaja en tres oportunidades lei otra cosa de lo que escribias, tu sabes me transporte un poco y me deje llevar por esa vena libidonosa. Lo de las botellas estuvo genial jajja, me rei un rato, gracias. Besotes amigo, TQ que jode (ojo, este "amigo" no significa nada.. okay? asi que si has pensado en algo, la posibilidad podria estar abierta) jajaj mentira loco! Besotes, cuidate mucho

Ann ha detto...

perdiste la oportunidad cuando no respondiste nada a "acabo de mudarme" = a oportunidad de charla, te dio piso, pero no te dispares con las fantasias.. adios

Fmac ha detto...

Tienes que ver black mirror