venerdì 24 aprile 2009

La barriga (cuento)



Esa mañana fue la primera vez que noté que mi barriga había crecido. Siempre me he visto a mi mismo como un tipo delgado hasta que, de pronto, al levantarme, noté una barriga y sentí que era un objeto extraño, distinto de mí: la barriga. Fastidiado, al salir un poco de mi asombro, pensé que ciertamente tenía que hacer un poco de ejercicio y olvidar la mantequilla y los chocolates. “Cómo me ha podido crecer esta cosa de pronto, no sé”. Me miré al espejo y sentí cierta repulsión. Ni remota idea del problema verdadero.
La magnitud del lío lo empecé a notar al ponerme los pantalones y la camisa. El día anterior había usado el mismo pantalón, y ahora no me lo podía abotonar. Y la camisa me la había puesto la semana pasada, y estaba bien. “Raro”. Tuve que salir con la camisa más grande que tenía, desabotonada, y con el pantalón sujetado con el cinturón. Antes de ir a mi oficina, tuve que comprar ropa nueva. Al llegar al trabajo tuve que soportar lo que mi hermana llama los típicos chistes enlatados de la gente sin creatividad: “se te nota la buena vida eh….”y cosas por el estilo. Me parecía muy raro que todo el mundo notara mi barriga nueva de pronto. Pero ante esta dificultad no me quedó más remedio que hacer lo que hago frente a las dificultades. Mi lema era “reflexionar, y luego actuar firme”.
Bueno, eso fue hasta que apareció la barriga. Y en efecto empecé bien, pues al llegar a casa traté de recordar un texto de psicología evolutiva que leí en una de las asignaturas electivas en la Universidad. Recuerdo haber leído algo allí sobre el proceso de envejecimiento y la aceptación del mismo, según los niveles de éxito personal, pero no recordaba para nada de cambios repentinos de los que uno se daba cuenta de un momento para otro. Traté de no seguir pensando en lo repentino del cambio, ni en su volumen antiestético. Esto se resuelve con gimnasio y ya, me repetí.
A la mañana siguiente la barriga era muchísimo más grande. Gigante. Al levantarme no podía ni siquiera ver mis pies... Llamé al médico y pedí cita. Urgente. “ ¿Por qué es urgente?” “Un problema en la barriga.
Y le duele mucho”, me preguntó.
No, es que me ha crecido rapidísimo, de un modo anormal, esto es una locura…” E iba a seguir justificando mi hipocondría cuando el médico me cortó tajantemente: “la semana que viene
En ese momento se reventaron los botones de una de la camisa nueva y salieron disparados contra la pared. Todavía estaba al teléfono hablando con el doctor cuando noté que a la barriga le estaban saliendo unos dientes, se le estaban formando unos labios y se le estaba abriendo un hueco, como si fuera una boca. “doctor, me estoy volviendo loco. Veo una boca en la barriga”.
Venga mañana a las diez”.
Reflexionar y actuar. No era fácil porque nunca antes me había sentido loco. Me senté en el sofá para reflexionar acerca de mi nuevo estadio de enajenación y no podía dejar de sorprenderme al ver el tamaño gigante de la barriga y, sobre todo, la especie de boca que se estaba formando. Me parecía curioso que estando loco pudiera observar objetivamente mi alucinación y pudiera reflexionar racionalmente acerca de mi estado de locura. “Esto es una locura temporal y específica”, pensé. “Todo sigue normal alrededor mío, no hay nada raro en el ambiente, seis por seis son treinta y seis, puedo calcular, puedo conversar con el médico y reportarle mi locura. Debo haber comido algo podridísimo, estoy intoxicado. Será que llamo a una ambulancia? No. Si después me internan me dejan allí… Mejor voy a comprar una ropa nueva, porque esta se rompió y algo hay de cierto en esto”. Pensé que en la calle, bajo la presión social, recobraría el juicio. Eso es, la interacción social me va a obligar a recobrar el juicio. Me arreglé como pude la ropa y salí por ropa nueva.
Vivía en Chacao, en pleno casco urbano de Caracas y decidí caminar hacia la tienda. En plena acera, de pronto oí una voz ronca que me llamaba. Volteé y nada. Me llamó otra vez. Nada. Finalmente escuché que era la barriga que me decía: “es contigo estúpido”.
“Verga. Esto es lo que me faltaba”, pensé. “Ahora sí es verdad que estoy loco de a bola”. La barriga seguía llamándome y yo decidí no hacerle caso, lo cual, por supuesto, es la política más racional si oyes que la barriga te habla.
Hazme caso de una vez, o atente a las consecuencias”, me decía. Yo trataba de mantener la calma pensando que algo me había desatado una especie de crisis esquizofrénica y sé perfectamente bien que hay gente con ese tipo de males que escucha voces y me imaginé que eso era lo que me pasaba, así que dejé que la barriga hablara sola.
Esquizofrénica ella”, me dije. Sin embargo la gente se daba cuenta que mi barriga parecía hablar y reaccionaba volteándose a verme, mirándome, riéndose. “Raro”.
Y aquí empezó la peor parte. Entré por fin a la tienda de ropa y al ver a la vendedora, me le acerqué corriendo. La barriga también vio a la empleada, y le dijo: “Este señor quiere una camisa nueva para que yo no pueda ver. Me ha venido coartando mi derecho de expresión todo el camino. Yo demando mi derecho a ser libre y ahora, mi derecho a ver, así que, por favor, tenga la amabilidad y no le dé la camisa que le va a pedir. No me pueden negar mi derecho de observar el mundo”. Traté de conservar la calma ante una situación tan insólita y al reflexionar pensé que el discurso estaba demasiado bien hilvanado como para provenir de una barriga sin cerebro. En fin, como el único con cerebro soy yo, ese discurso no podía ser real, sino producto de mi imaginación. Tenía frente a mí, pensé yo, una prueba evidente de mi locura.
Y aquí viene lo bueno. ¡La vendedora empezó a hablar con mi barriga! En efecto, cuando la barriga terminó su discurso acerca de sus derechos, la vendedora me dijo: “disculpe señor, no quiero ofenderlo, pero tiene Usted un sentido del humor muy raro y no entiendo”.
Que no es él quien habla”, le dijo la barriga.
La empleada estaba visiblemente confundida, notando que la voz venía, efectivamente de abajo.Pero no estaba más aturdida que yo, por supuesto, ya que en ese momento empezaba a pensar que la barriga tenía que tener vida y consciencia propia, de lo contrario no podría hablar con la empleada. O a lo mejor estaba yo volviéndome loco de una manera inentendible y más allá de mi capacidad de controlar mis alucinaciones. Decidí que era demasiado complicado entender mi locura y mejor interactuaba con la empleada del modo más natural posible.
Señorita. Sufro de una enfermedad muy rara. Por favor no le haga caso a mi barriga que está loca. Por favor tráigame unas camisas grandes que me tapen la barriga bien, y unas camisetas negras. Bien negras”.
“¡Negras no!” Dijo la barriga.
No se preocupe, dijo la empleada, que yo hago lo que diga la boca de arriba.”
¿”Cómo podría la empleada saber que la barriga tiene una boca?” Ella dijo claramente, “le hago caso a la boca de arriba”. Yo no le había dicho nada de la otra boca, y si se lo dije, yo no soy tan inteligente como para montar un discurso que no oigo ni pienso pero que termina generando una interacción social con sentido y me confunde. En fin, pensé, “ una locura más inteligente que yo no puede existir, porque el cerebro es el mio, ergo la barriga existe y piensa”. Mi lógica cartesiana era irrefutable: “la barriga me jode luego piensa; piensa luego existe”. Bueno, Descartes no lo habría hecho así, lo habría hecho más sofisticado, pero así, en un apuro, comprando la camisa, hubiera llegado a conclusiones filosóficas parecidas a las mías. “Joder. A lo mejor no. La empleada dijo boca de arriba. No más. A lo mejor la voz era mía y yo la proyectaba ventrílocuamente de una manera que desconozco”. Que lío.
Salí tan pronto como pude de la tienda. Caminé a lo largo de la avenida Francisco de Miranda, en plena Caracas, meditando sobre cómo aplicar los principios del positivismo lógico para falsar hipótesis de la existencia de una barriga con consciencia independiente. No es posible. Nada me puede prevenir contra mi observación sesgada de los datos. No puedo demostrar mi cordura. Mientras yo hacía reflexiones epistemológicas, la barriga decía: “eres un abusador”…como se te ocurre comprar una camiseta negra. Desconsiderado. ¡ Sádico !”. Unos transeúntes me miraban y se reían. Otros apuraban el paso y me evitaban. Los niños les decían a sus madres que me vieran y las madres trataban disimuladamente de evitar que me diera cuenta que los niños me veían. Y yo seguía caminando. Y la barriga protestando.
De pronto vi una pelota de tenis en el suelo y pensé que esta era la solución para callarla. Por primera vez le hablé a la barriga: “Ahora si te voy a joder yo a ti”. Levanté la camiseta y la barriga me dijo: “como me metas la pelota en la boca, te muerdo y te destrozo el hígado”. “¡Coño! Mejor no arriesgarse”, pensé. Y después de un ardua negociación terminamos acordando un pacto de no agresión física. Ni te pongo pelotas en la boca, ni tú me muerdes. Trato hecho.
Obviamente la barriga no podía tener el mismo nivel de experiencia política que yo y traté de convertir el trato de no agresión en un programa de coexistencia pacífica. Había llegado a la plaza Altamira. El resto del país estaba pendiente de las protestas de los militares contra Chavez mientras yo, completamente ajeno a los líos del país, decidí razonar con la barriga y me senté.
Ok”, le dije. “Veamos qué quieres…
Sin titubear, la barriga me dijo: “El poder. Poder sobre las decisiones. Hasta ahora tú has gobernado el cuerpo. Pero este cuerpo no te pertenece. Soy yo, la barriga, la que lo alimenta. Las condiciones materiales de existencia del cuerpo no existirían si yo no procesara toda comida que tragas”.
Me armé de fuerza y le respondí: “No me salgas con ese marxismo barato, barriga, mira que esto es un cuerpo …Es que no puedo ceder el poder de decisión. Tengo que ir a trabajar, no es tan sencillo”.
La barrigas, se sabe, son tercas. Y la mía no se iba a rendir fácilmente, así que me respondió: “Tu no haces nada. Los que trabajamos somos nosotros, tus órganos. Yo la barriga, los represento a todos como vanguardia consciente. Y nos hemos puesto de acuerdo en que eres superfluo. Te vamos a eliminar.
“Mi cuerpo no se puede sublevar contra mí. ¿ Qué soy yo?”
“Nada. No existes. Eres un producto social irrelevante e innecesario. Otras barrigas nos hemos reunido y hemos acordado la dictadura revolucionaria del barrigariado que es una fase de transición hacia una forma de democracia superior”.
La conversación siguió un buen rato y me di cuenta que la gente iba depositando dinero. En fin, los transeúntes de la plaza Altamira pensaban que había montado un show político mientras hablaba con la barriga, y me pagaban. El público era muy propenso a reírse cada vez que la barriga hablaba de los derechos del barrigariado. Y al final de mi conversación política había reunido muchísmo dinero.
Pensé que quizás podría ganarme la vida discutiendo con la barriga. Al fin y al cabo no iba a poder trabajar en un trabajo de oficina nunca más, pues nadie me aceptaría con ese escándalo. Así que me fui a casa tranquilo, a dormir, aunque a barriga protestara.
A la mañana siguiente me desperté ante las airadas protestas de la barriga que estaba aburrida. Nada más y nada menos. Vi que todavía estaba a tiempo para desayunar en calma e ir al médico, pero cuando fui a la cocina noté que a la barriga le salieron manos. Luego pies. Llamé al médico y me dijo que era normal pues a la gente de cuarenta años a veces le da esta crisis, demencia abdominalis, pero después se estabiliza el tamaño de la barriga y la persona cambia de personalidad, convirtiéndose en muy práctica. Es un síndrome que la ciencia no ha logrado entender bien.
Confirmé que iría a las diez y al colgar el teléfono noté que a la barriga le salía una especie de espalda. Poco a poco me fui encogiendo y me volví en la barriga. Desde entonces soy la barriga de mi barriga, que se convirtió en un cuerpo. No sé que hace la barriga con el cuerpo, porque no me entero de nada. No tengo ojos, ni boca para protestar. Logré escuchar al médico que le decía la barriga convertida en cuerpo que ya me había dicho que todo volvería a ser normal.
Yo traté de organizar una especie de contrarrevolución e intenté comunicarme con los riñones y a los pulmones para revertir la situación pero no me hicieron caso. El hígado entonces me respondió: es que todos los políticos son iguales.

venerdì 10 aprile 2009

Conversación con el Demonio (cuento)



Al despertarme, lo primero que noté es que Satanás ya no estaba. Miré bien, y nada.
De niño la idea del demonio me resultaba aterradora. Pero con la edad uno cambia, y hasta da vergüenza que un día a uno le dieran miedo esas cosas. Yo por lo menos me hice ateo y siempre estuve convencido del carácter social y alucinógeno de este tipo de apariciones.
Pero lo de anoche fue distinto….
Antes de contar eso debo decir que mi abuela se estremecía solo al nombrarlo y la vecina decía que no había que nombrarlo ni siquiera. Mi abuela, italiana, decía “il diavolo” y ponía voz ronca. A mí me entraba un escalofrío que me subía desde la columna hasta el cuello. Y oía.
Anoche supe cómo era…
Entre los cuentos de mi abuela y quién sabe cuál película, me aterraba la idea que me robara el alma para llevarla al suplicio eterno. Había algo que me daba más miedo que la muerte o la tortura eterna. Era la idea de no gobernar mis ideas, de estar poseído.
Pero lo de anoche iba más allá. No fue ficción bíblica. Era el demonio, tal cual. Y después de lo de anoche me quedó claro lo que ya sospechaba, esto es, que el demonio se le aparece a cada quien de la forma más personalizada, a la medida. Para algunos será una experiencia terrible, terrorífica. Y aunque esto está escrito en un blog, en internet, tengo que aclarar que esto no es para todos. Y tengo que contarlo poco a poco, sin seguir con estos merodeos misteriosos que ya esto se está pareciendo un texto de los evangélicos.
Una aclaratoria. De niño también le tenía terror a Dios. “Es muy bueno”, me decía mi abuela.
Mi abuela tenía una biblia para niños, con dibujos fantásticos. Y cuando me contó la historia de Abraham, yo no lograba entender cómo podría ser bueno un Dios así.Recuerdo los dibujos coloridos y vivaces de esa biblia para niños en la escena en la que Dios le pidió a Abraham que matara a su hijo para mostrar su amor a Dios por encima de todas las cosas. Y recuerdo esta conversación:
Abuela, ¿no te parece cruel matar al hijo?
No tenía que matarlo, solo mostrar intención de obediencia.
Abuela, pero la intención de matar muestra crueldad.
Hijo, claro, pero tenía que demostrar obediencia.
En este punto, tenía miedo de mi abuela. ¿Qué tal si se le ocurría que Dios le decía que me matara? Un ser misterioso dominaba su alma y era capaz de cualquier cosa. ¿Qué tal si el demonio se le disfrazaba de Dios?
"Dios no permitiría eso, hijo". Y le dije: "Pero permite cosas mucho peores, como el terremoto".
"Hijo, permite el terremoto porque es hora de que algunos vayan al cielo. Pero no permite que el diablo se disfrace de Dios. Eso no".
Y allí estaba equivocada mi abuela. Muy equivocada. Se viste de Dios, de virgen, de santo, de arcángel. Dicta libros sagrados. Inspira. Anoche esas cosas quedaron más claras.
Recuerdo que le dije….
Abuela, sí, pero si yo sé que Dios es bueno y me pidiera que te matara, yo sabría que Dios no pretende eso. Y sería tonto que aparentara obediencia para engañar a Dios. Además sería una falta de respeto que me creyera que Dios fuera tan malo. O sea que Abraham era tonto. Dios es enrevesado.
Hijo, tal cual. Pero mejor no pensar en esas cosas. Lo más sencillo es ser bueno y portarse bien. Ayudar a tu mamá, estudiar mucho y no molestar a tu hermanito. Y nada de tirarle piedras a los pajaritos.
Pero abuela, si es mejor no pensar en eso…entonces ¿para qué está escrito? No podía Dios escribir un poco más claro o al menos hacernos suficientemente listos para entenderlo?
Esa fue la conversación con mi abuela, muchos años atrás. Más o menos, claro. Tampoco me puedo acordar de los detalles. Pero ese era el sentido, estoy seguro. Y la idea quedó allí. Presente.
Y el demonio lo sabía. Y después de muchos años de ateísmo, anoche retomé, de algún modo, esa conversación. Pero no con mi abuela. Ella se murió hace años y ahora soy yo el que me estoy muriendo. Anoche debió ser la última. El hígado ya lo tengo reventado. Me faltaba la respiración. Estaba moribundo, me tomé las benditas medicinas, todas, me acosté y allí fue que apareció el demonio. Estaba sentado allí, como si nada, en una silla cerca de mi cama. Cabizbajo.
Me preguntó: "¿y entonces te vienes?"
¿A dónde? ¿ quién eres? le pregunté.
Conmigo, soy el demonio. Se te acabó el tiempo en la tierra. Tienes derecho de hacerme una pregunta, una sola, para decidir si te vienes a padecer conmigo o te vas a la vida eterna a disfrutar de la paz obedeciendo a Dios.
Yo estaba confuso. Ante todo la tranquilidad de funcionario del demonio. Nada de cuernos, colmillos o expresiones horripilantes. Normal. Como un funcionario de aduana. Ver al diablo no podía ser así, tan normal, como conseguirse a un enfermero en un hospital. Pero bueno, lo sorprendente no era la forma, al fin y al cabo todos sabemos que la forma es variada y tiene muchas caras. Lo raro era el comportamiento, el estilo.
Más extraño aún es que me ofreciera las opciones. Un demonio liberal. Debo admitir que las opciones eran confusas: Paz eterna parece muy aburrido, pero dijo “disfrutar”; y padecer es equívoco: si el padecer es inconstante entonces hay disfrute y posibilidad de alegría. Yo padezco mucho en esta vida pero la disfruto y, por otra parte, una vida eterna de obediencia suena a una vida eterna de esclavitud…..Pero es el demonio, así que ¿cómo creerle?
Yo trataba de poner un poco de orden a las ideas. El momento era para mí muy intenso. El demonio levantó un poco la cabeza, y bostezando me dijo: "No eres de los que gritan y se persignan, son muy pocos como tú. Pero igual conozco a los de tu clase y me los conozco bien así que pregunta bien y no te tardes".
Yo estaba tranquilo, a pesar de todo. Me di claramente cuenta que el demonio me daba una opción y no se apoderaba de mi, y de mis pensamientos, como en mis temores infantiles. En fin, me di cuenta que el demonio no es tan poderoso. Y, si es poderoso, por algún motivo no ejercía su poder. Había algo que me hacía fuerte, inconquistable. Quizás la confianza en mi juicio, y este era mío, no suyo. De lo contrario ya estuviese perdido; él hubiese decidido por mí.
Después vi que las cosas no eran tan simples, pero eso vino después. En aquel momento pensé: soy dueño de mis pensamientos y yo siempre me he inclinado por hacer el bien. Así que la batalla comenzaba. Y el demonio no podría ser una peor compañía, pero me intrigaba el hecho de que fuera él, y no Dios, quien me diera la opción sobre el estilo de vida después de la vida. Me planteé la cuestión pero pensé que esa no podía ser la mejor pregunta que le podía hacer al demonio.
"No, no es la mejor", me dijo.
Uff. Me lee los pensamientos,pensé. Pero también me di cuenta que me respondió una pregunta que no le hice pero que me planteé. Así que la situación es grave, pero no desesperada, pensé. Me lee los pensamientos, pero no los controla. En fin, que estoy desnudo, pero no desarmado. Por otra parte me responde preguntas que no le hago, con lo cual puedo acceder a más información de la que podría, solo pensando en una pregunta.
"No te creas tan listo", me dijo.
Coño. Es difícil discutir con alguien que te lee los pensamientos. Pero ese comentario también me demostraba que no estaba mal la cosa para mí. Me lee los pensamientos y solo me dice que no me crea tan listo para desanimarme pero con pensar bien tengo. Que se entere de todo, qué mas dá. Lo que no puedo es engañarlo. Pero soy libre.
"Sí, eres libre", me dijo Satán. Cruzó las piernas, se volteó, miró por la ventana y dijo otra vez. "Eres libre pero no tan justo como crees".
A qué te refieres? Quise preguntarle, pero sabía que pensar la pregunta era suficiente para obtener una respuesta. Y en efecto me dijo:
Me refiero a que yo respeto la libertad. Es Dios el que es un autócrata. Se pone furioso cuando no lo adoran y veneran. Es como ustedes los humanos. Os pica una hormiga y matáis el hormiguero completo. Yo en cambio respeto la libertad de elegir por él, y además no soy tan injusto. Bueno, en estos últimos siglos se ha puesto más tranquilo, tolerante. Dios ha madurado.
Me resultaba difícil debatir eso. Por otro lado estaba confundido por esa actitud tan superior del demonio. Allí seguía, sentado en el sillón, con las piernas cruzadas, analizando a Dios como un psicólogo analizaría a un paciente cualquiera. Hasta osaba opinar sobre cómo Dios había madurado, Solo le faltaba un cigarrillo, y echar humo por la ventana.
"No fumo", me dijo. Y se rascó la cabeza mirando hacia arriba, con la expresión que tienen los devotos cuando rezan.
Me inquietaba que me respondiera a esta inquietud tan trivial. Preferí interrogarme a qué se refería con eso de que Dios ha madurado y recordé el visible cambio de ánimo entre el Dios del viejo testamento y el del nuevo, más amigable, con la figura de Cristo, más humana, invitándonos a amarnos los unos a los otros. Sí, yo también había notado una mayor madurez en el Dios del Evangelio comparado con el del viejo testamento. La pregunta, en fin, es sin duda interesante, pero considerando las circunstancias del caso, no me pareció oportuno hacerla.
Sí, Dios ha madurado. Las historias bíblicas son lo de menos,me dijo el demonio. He disfrutado un montón apareciéndomele al Papa, por ejemplo. Y lo tengo muy confundido. No me cuesta nada confundir a este Papa, ni al anterior. Son un par de idiotas. También aparezco como el arcángel Gabriel. Es divertido.
Sus respuestas continuaban mis propios pensamientos. No era fácil la situación. No me sentía poseído pero me intrigaba mucho algo muy curioso: a mi no me engañaba, y aparecía como lo que era. El demonio. "No te puedo engañar. No a ti, no puedo. No eres como la mayoría de los humanos, que al llegar a este punto y me ven, creyendo que soy Dios, me siguen. Todo ocurre porque Dios pretende adoración y es terriblemente celoso. Dios es un enfermo. Yo, en cambio dejo que me sigan creyéndome Dios, solo para burlarme de su abyección. Pero solo busco espíritus libres".
El demonio no puede ser tonto, y la frase anterior lo prueba. Traté de defenderme, argumentándome a mí mismo. Oye, tú me estás engañando, está claro. Es cierto que Dios pretende adoración absoluta, y eso me resulta una petición bastante rara, casi que un capricho de un sátrapa del desierto. Nunca entendí ese capricho de Dios y por eso me hice ateo. Pero ahora la situación cambia. Tu existes, ergo Dios. Y entonces vienes y apareces como el hombre maduro, que acepta las críticas y las diferencias y dejas a Dios como un histérico dictadorzuelo criado bajo el sol inclemente del desierto. Pero Dios tiene otros mandamientos, más comprensibles y sanos. Como el no matar.
No te engañes, me dijo. Dios inventó la muerte. Y Dios inventó la vida eterna para aquellos que le entregan el alma y pierden su condición humana de distinguir el bien del mal. Yo existo desde el inicio de los tiempos y perdí el control y por eso fui yo el que os di de comer del árbol de la sabiduría. Yo los hice humanos con capacidad de amar y odiar. En realidad yo soy Dios. Y se hizo Dios.
Me di cuenta que no era posible distinguir Dios del Demonio. Pero también me di cuenta que no me interesa saber quién es quién. Lo mejor parecía ser seguir la máxima de mi abuela, y hacer el bien.
Fue allí cuando le hice la pregunta:
Existes?
No te voy a responder, me dijo. Ya lo sabes.
No sé bien qué pasó luego. Miré hacia la mesita de noche y recordé que me tomé un montón de jarabe con codeína para dormir en paz y después me tenía que tomar los analgésicos. Se me olvidaron los analgésicos así que me desperté.
El cáncer sigue allí y me va a matar. Ya casi no puedo respirar. Tengo que tomarme todas esas pastillas para terminar todo de una vez. Lástima que al morirme no tenga sueños eróticos en lugar de discusiones con el demonio. Quizásla próxima vez deba tomar un poco de viagra y vitamina E.
Dormí otro poco.
Me desperté, miré por todos lados y Satanás no estaba. Sin embargo la silla donde lo había visto estaba quemada. Me acerqué y había una frase escrita en el respaldar. Existo y estoy presente. Existo en aquellos que se leyeron esta historia. Tú que lees esto, lo sabes.